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Retruécanos políticos
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2015-01-19 - 08:56
Empieza el 2015 con una gran efervescencia política. Los partidos buscan acceder al poder, mientras los aspirantes forcejean, dan patadas bajo la mesa, intrigan y maquinan. Los que no están quieren ser y los que son no se quieren ir, desean permanecer a perpetuidad, dicen que para ‘servir’.

Según encuestas, la clase política está muy depreciada, ocupa el último nivel de imagen y de confianza entre varios oficios, incluyendo el de las meretrices, se confía más en ellas. Lo anterior, es fácil de entender: en México, el abuso del poder, corrupción, impunidad son pandemias que han lesionado de manera contundente a la sociedad, impiden que el País y los estándares de vida avancen y se fortalezca la castigada clase media.

Decía Ernest Hemingway, refiriéndose a los políticos, que el poder afecta de una manera cierta y definida a una gran parte de los que lo ejercen, se comportan “como si estuvieran incubando una enfermedad, sufren curiosos síntomas, que van desde la necesidad de recibir halagos hasta la sensación de sentirse elegidos para salvar a un pueblo…”

Los que aspiran muestran su mejor sonrisa, se preocupan por halagar y atender al ciudadano… suelen ser amables, serviciales, piden sugerencias, anotan concienzudamente los comentarios de sus electores, muestran buenas costumbres y hasta exhiben su lado luminoso para cautivar al elector.

En el caso de los diputados, desgraciadamente nunca más vuelven a acudir al ciudadano; dicen representar al pueblo, pero nunca le consultan su opinión sobre todo en los asuntos controvertidos… Ya ni hablar de los moches…

“Los síntomas de la enfermedad del poder, que los griegos llamaron ‘hubris’, comienzan con el sospechosismo de todo lo que rodea al poderoso, seguido de vehementes arrebatos en cada asunto en donde interviene, se agrega después una creciente incapacidad para soportar las críticas y, más adelante, se acompaña de la sensación de ser indispensable.” (E. Hemingway).

Los síntomas de los enfermos se van agravando y son comunes en todos los pacientes: desprecio por los consejos, alejamiento de la realidad; invención de historias de actos heroicos en favor del pueblo, sin faltar la narrativa del complot contra ellos; se enemistan con quienes osan señalarles sus fallas o con quienes les piden eficiencia, pero empatizan efusivamente con los que los adulan.

¿Cuántas promesas ha escuchado el ciudadano de parte de los aspirantes a un puesto público? Sería imposible enumerarlas. En Brasil, debutará una nueva aplicación llamada monitor de promesas, diseñada para que cumplan con su palabra los políticos, porque estos no se cansan de hacer promesas de campaña y más promesas. Sería bueno que los candidatos a la Alcaldía de León registraran sus promesas ante el organismo electoral o por lo menos ante notario público, para dejar constancia de sus compromisos y el plazo de su realización.

Pero, ¿por qué cambian la mayoría de las personas cuando se meten a políticos? Porque los ataca el virus del poder: la hubris. Este virus entra en el sistema linfático del político, con tal virulencia, que destruye las defensas de los infectados y corroe las entrañas del que se supone fue nombrado para servir y lo hace creerse la quintaesencia, el éter. Los que padecen la terrible enfermedad no se curarían ni con grandes dosis de litio o Prozac, que los facultativos suelen recetar para atender los síntomas maníacos depresivos.

Un factor de riesgo para contraer la hubris es que al llegar al poder el ego crece desmedidamente y es entonces que aparecen y se rodean de los lambiscones y genuflexos que se encargan de alegrarles el oído diciéndoles que son inteligentes, cultos, ingeniosos, ocurrentes y hasta bellos. Los hacen creer que les aguarda un futuro luminoso y que están predestinados a grandes proyectos y a mandar; en pocas palabras, los hacen sentir paridos de los dioses y es cuando empiezan a desvariar y a sufrir trastornos de personalidad.

Cuidado con los falsos profetas y charlatanes, con esos que ponen los ojos en blanco y hacen como que la Virgen les habla. David Owen (In Sickness and in Power) explica que las personas proclives a enfermarse con el poder sufren trastornos y alucinaciones que conllevan el Síndrome de la Petulancia.

Otra historia ilustrativa de la enfermedad es la que Robert Graves, en su célebre Yo, Claudio, relata. Escribe que el Emperador comenzó su reinado siendo prudente y preocupándose por el bienestar de sus súbditos. Pero, empezó a obsesionarse con su imagen; desgraciadamente, padecía aerofagia y le resultaba imposible contener los estruendos de las impertinentes y pestilentes ventosidades, al escapársele en público. La solución se la dio Jenofonte, su médico personal, quien lo convenció de que decretara que sus cortesanos deberían de tirarse dos pedos por cada uno que él dejara escapar, para disimular así los suyos.

Vienen tiempos de elecciones que le brindan al ciudadano la posibilidad de empoderarse, porque a los que aspiren a diputados los va a elegir usted con el poder del voto. Es importante que el elector no vote con el corazón, sino con la cabeza. Usted puede ayudar a su candidato a que no se enferme de hubris, no lo adule ni sea genuflexo; exíjale que se comprometa a servir y no a servirse, a escuchar más y hablar menos, a trabajar y a gobernar para todos por igual.

“Tanto gobierno como sea necesario y tanta sociedad como sea posible”. Es urgente que la sociedad despierte y se empodere mediante su participación y la denuncia de lo que le lastima, de lo que está mal. Los abusos no deben de quedar solo en la memoria del pasado, es imperativo pedir rendición de cuentas y transparencia; se requieren más demócratas y no más democracia.

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