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PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA
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2014-12-30 - 09:09
Alguien diría: “no pudo ser un año peor”. En tres meses el más negro de los escenarios se apoderó del país, ensombreciéndolo con augurios del todo azarosos. Después del jolgorio decembrino (¿jolgorio?), cabe imaginar ¿cuál será la realidad que termine por instalarse en el plano nacional? Es la pregunta.
Cuando aún no completaba el primer tercio de su mandato, 2014 ha sido el “annus horribilis” del presidente Peña. Sol y sombra, y el gozo al pozo: aprobadas las reformas constitucionales que reanimarían de fondo el desarrollo nacional, ocurrió la fechoría de Iguala… y todo se vino abajo. Días tras día, medio por medio y marcha tras marcha, la nación reaccionó ante el genocidio de Tierra Caliente.
Lentamente y sin repliegue, la sociedad civil fue manifestando su consternación, primero, y luego su rabia y su indignación. Boxísticamente hablando, el “jab” fue al conocerse el secuestro de los muchachos normalistas, y el “gancho” al divulgarse los informes de las prebendas que habría otorgado la empresa Higa, de Juan Armando Hinojosa, a la señora Angélica Rivera y al titular de Hacienda, Luis Videgaray.
El gobierno –está más que visto– se ha guarecido en su cuartel de invierno, sin asomar cabeza, en espera de que el tiempo… (“sabia virtud de conocer el tiempo”, habría recitado el vate Renato Leduc) termine por sosegar los ánimos y restañar las heridas.
En 1970 Andrei Wajda filmó la película que da título a esta reflexión. La cinta trata del momento en que Polonia es liberada de la invasión nazi en enero de 1945. Cerca de 6 millones de muertos fue el costo de esa conflagración, incluyendo los cientos de miles de judíos enviados a los campos de exterminio. De modo que bajo aquel manto de nieve, Polonia se estrenaba en la paz… bajo la bota soviética. Tal es el aciago paisaje retratado por el cineasta Wajda.
Así nosotros, ahora que despertemos al nuevo año, podríamos conjeturar los tonos del paisaje que nos acompañarán durante el resto del periodo. No es improbable que las elecciones en Guerrero, por ejemplo, sean impedidas, o invalidadas, por la violencia de los grupos ligados al magisterio en rebeldía. Además que no habrá sitio donde el primer mandatario no enfrente un corro de manifestantes alzando mantas del tipo “todos somos Ayotzinapa”. No habrá tregua mediática ni lo dejarán en paz, y desde ya deberemos acostumbrarnos a la presencia de esa exasperación social. A menos que ocurra un acto de justicia mayúsculo y definitivo, pero eso…
La fatalidad como sombra permanente. Así fueron los dos últimos años de gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, así los años de crisis de Miguel de la Madrid, así la pesadilla de Salinas de Gortari a partir de la rebelión neozapatista en las cañadas del sureste. Son los riesgos de todo gobierno y el gran aprendizaje es que ni ante la peor de las adversidades se puede soltar el timón. Es mejor pronosticar –de una vez– que el resto de la travesía será a contracorriente y bajo una tenaz “intifada” (que en árabe significa, por cierto, “guerra a pedradas”). Ni más ni menos.
El gran aprendizaje es que la sociedad ha cambiado. Ya no se le puede manipular como antiguamente. La conciencia social viaja por Internet y las redes sociales, de modo que ya no existen los secretos. Se han extinguido los tiempos en que se podía controlar la información desde las oficinas encargadas de la censura. Ahora cualquier ciudadano con un dispositivo electrónico –a pesar de la prensa y los noticiarios– se convierte en “reportero” al registrar la anomalía que ocurre ante sus ojos y que minutos después circulará por miles de pantallas portátiles. Y peor aún si se trata de irregularidades que atañen a hombres (o mujeres) públicos.
La desgracia es que se ha perdido la confianza, el pudor, la intimidad. ¿No ocurrió así con la defenestración del comunicador Pedro Ferriz de Con? Dicho sin ánimo peyorativo, el mundo global es el mundo sin vergüenza. El paisaje no pinta bonito, pero pinta en libertad.

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