26 de Abril de 2024
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El problema de la Iglesia es de hombres
“Para algo sirvió el velódromo”
2015-11-17 - 09:09
La voz del pueblo no es la voz de Dios. Así es. Suele equivocarse el pueblo de manera garrafal. Pero en última instancia es su derecho. Este Papa argentino, este Papa de la Iglesia de los pobres, de la martirizada Iglesia-sandwich que estuvo entre los nazis y los bolcheviques, sigue hablando a los jóvenes para que dediquen su vida al sacerdocio. Y seguramente el Papa Francisco, en este próximo viaje a México, el viernes 12 de febrero del próximo año, lo hará.
El gravísimo problema de la Iglesia está en falta de vocación sacerdotal que se observa en los muchachos de nuestros días. Por nuestra parte, esta negativa nos parece absolutamente positiva porque los muchachos varones lo son más, más jóvenes y sobre todo más varones, cuando se niegan a seguir una carrera, porque eso es, de ella se vive y en ella debiera vivirse la verdadera vida, que conduce a un callejón con dos estrechísimas, malolientes, inhumanas y hasta repugnantes salidas… ¿a dónde?
Porque mientras pese sobre el sacerdocio el juramento –creemos que lo es, no andamos fuera en eso, y menos en lo que se promete- de celibato, de abstinencia sexual, en una palabra, todo joven que lo acepte será o culpable de hipocresía o enfermo de naturaleza. Y con hipócritas y anormales ha vivido la Iglesia, mal que bien, pero no tiene mucho porvenir a juzgar por la desgarradora situación de pederastas y afeminados que tiene que soportar el cura argentino sentado en la silla de Pedro.
Toda fe, en última instancia, es la fe del carbonero. Pero no todos los que tienen la inmensa fortuna de tenerla son carboneros, por supuesto. Ha habido gentes ya no digamos cristianos católicos. Y es que el anhelo de otra vida, el terror a la Nada es propio del hombre, y la fe una gloriosa muleta para esta cojera humana tan generalizada. Quienes no la tenemos sufrimos mucho, y cuando además poseemos el mínimo de sentido crítico para no suplir una fe con fanatismo, que no son lo mismo, y mucho menos un fanatismo ateo, estamos privados de la única felicidad a que el hombre puede aspirar: el reposo del espíritu.
Pero no tratamos de soltar, ni escribimos para eso, los desgarradores, casi divinos gritos unamunescos: pues nos falta fe, aunque la necesitamos, sufrimos. Y observamos El “aggiornamento” de la Iglesia que no consiste en poda alguna de la fe, que o se conserva completa, o deja de ser; menos consiste en crear un monstruo híbrido de cristianismo y “socialismo científico”, como se creyó en Cuernavaca con el cura Sergio Méndez Arceo con su visión internacionalista. No es la Iglesia sino el hombre el que debe cambiar.
Ser bueno. Imitar a Cristo. Gritar: “No matarás, no secuestrarás, no violarás niños”. Imitar a Cristo en bondad, que no sabemos, ni nadie sabe, que Jesús haya sido virgen de la carne. De su historia sabemos que perdonó a una adúltera y aceptó por discípula a una prostituta. No suena muy a cura eso.
El mundo actual sabe, y después de Freud, conoce, que el sexo es uno de los pilares del hombre. No solamente cumple la función supuestamente ordenada por Dios de la reproducción, sino que da el placer, el placer legítimo de todo cuerpo sufridor de su propia condición y por ello digno de librarse de una tensión que no tiene nada de pecadora en lo que la palabra quiere decir.
Es un contrasentido repetir “Creced y Multiplicaos” y pedir jóvenes para que ejerzan una carrera cuya primera condición reside en la virtud cómica de la castidad, o en la grave enfermedad de la impotencia. Es imposible pedirle a los muchachos que escuchen la voz de los curas de los que saben decenas de cuentos que se resumen en una situación humana, honda, bella, terriblemente humana: que el hombre y la mujer tienen sexo. Y que para algo lo tienen.
Cada vez que se realizan mesas redondas sobre problemas familiares, o juveniles, o temas relativos a la sexualidad, aparece en la pantalla de televisión, junto a la calva de algún psicoanalista y el peinado a lo “junker” de alguna intelectual, la tonsura de un canónigo. Si este cura que se pone a pontificiar sobre algo que tiene prohibido sabe de lo que habla, es un hipócrita. Si no lo sabe, es un anormal, un enfermo y de mala enfermedad.
¿Con qué derecho se pone a hablar de cualquiera sea su vergüenza? Lo que la Iglesia necesita es que sus sacerdotes sean hombres. Hombres completos. Casados, de preferencia con hijos, con pocos hijos, por supuesto. Para que vivan en las mismas condiciones de los demás y puedan dar la suprema lección que es el ejemplo. O, de no poder ser ejemplares, para que puedan renunciar con dignidad o, ‘in extremis’ para que puedan ser echados como lo fueron los comerciantes del templo.

rresumen@hotmail.com

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