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Trabajadoras del placer
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2015-11-11 - 08:34
Explicar el por qué escogimos este tema, no tiene sentido. Tal vez porque ya estamos hasta la punta de la cabeza de tanta política: cisne, Pepe, Héctor, Yunes Linares, Duarte, el innombrable que despacha desde Barcelona, los maestros de Callejas, las manifestaciones de la Plaza Lerdo, de los niños de la fidelidad, de Brito Gómez y Morgado Huesca, de los alcaldes desaforados, de los desaparecidos, de los periodistas muertos, de Veracruz que está hundido en deudas y de los jubilados y pensionados, etc. Etc.
Y nos llamó la atención el hecho de que el dirigente del PRI estatal se pondrá su bata de médico y con instrumentos sanitarios va a hacer la prueba de gravidez a las mujeres que quieran lanzarse para obtener un cargo público de elección popular. ¡Hágame el favor!
La mujer, desde tiempos inmemoriales siempre ha sido objeto de análisis aunque en la biblia se ha dicho: “no intentes entender a las mujeres” y el propio lucifer, para no quedarse atrás aseguró que ni él las entiende. Así que vamos a escribir sobre la prostitución, con todo respeto por las retecochinas dudas…
Es imposible acabar con la prostitución, por razones tan obvias que no vale la pena explicarlas. Cuando las civilizaciones del mundo empezaron a hacerse más refinadas, las prostitutas eran así como una especie de sacerdotisas del amor: estaban en los templos, y tenían la obligación de atender a sacerdotes y feligreses. Así es que la explotación del gremio no es nada nuevo, sino tan viejo como el oficio mismo. Antes lo hacían por causas religiosas, ahora, por motivos “legales”.
Solón se hizo famoso por ser un legislador muy estricto. Sin embargo, el señor, 600 años antes de Cristo, ya sabía que lo único que se puede hacer para que sea menos mala la actividad del comercio carnal, era tenerla controlada. Así, cuando dictó sus leyes, introdujo en Atenas la prostitución legal… Y es que Solón, solito, se había dado cuenta de cómo los sacerdotes padrotes se hacían ricos rápidamente gracias a las corrientes de ingresos obtenidas de la prostitución… Y creó casi un paraíso para los solicitantes y prestadoras de servicios ‘camatorios’.
Bajo el control del Estado, los burdeles y las casas de las hetairas tenían ciertos privilegios, y estaban considerados como lugares de refugio donde los ciudadanos podían sentirse seguros y protegidos. Nadie podía cometer dentro de las casas de asignación actos de violencia. Y lo mejor era que una mujer casada no podía violar lo que ahora sería así como propiedad federal para ir a llevarse a su marido de las orejas a casa, ni un padre entrar en busca de su hijo… Una vez que un cliente entraba a un burdel, automáticamente quedaba protegido contra todo… Además, las ganancias que antes se quedaban en los bolsillos de los sacerdotes padrotes, fueron transferidos al erario público. A cambio de eso, las pobres prostitutas eran protegidas de las molestias inherentes a su profesión, y sostenidas por el Estado.
Muchos escritores han abordado el tema de la utopía prostitucional. Mario Vargas Llosa, con su novela “Pantaleón y las Visitadoras”, en la que narra cómo un humilde oficial del ejército creó batallones de “puchachas” que hacían visitas a domicilio, y hasta usaban uniforme. Lo malo es que su sistema -que él hacía sin afán de lucro, sólo por cumplir con lo que consideraba su deber ciudadano, sin malicia- dio tan buenos resultados, que llegó el momento en que el ejército de “visitadoras” no se daba abasto: las pobres mujeres trabajaban a destajo, atendiendo hasta a varias docenas de clientes en un día.
Gonzalo Martré, en “El Pornócrata” –una sátira sociopolítica que está para atacarse de risa, pero que al mismo tiempo pone a pensar-, habla de que en el hipotético país donde suceden los hechos, un señor creó el Sindicato Central de Putas; los burdeles ya no eran sórdidos y asquerosos, sino limpios, agradables, funcionales, se habían dado cuenta de que resultaba contraproducente prohibir el tráfico carnal, porque entonces las prostitutas caían en la clandestinidad y las epidemias de enfermedades venéreas hacían su aparición en el acto…
Gabriel García Márquez, también escribió “Las memorias de mis putas tristes”. Un anciano para celebrar su cumpleaños pide a la patrona de una casa de citas que le consiga a una jovencita para celebrar tan importante evento y sucede el enredo de la trama que es lógico imaginarse lo que sucede.
Por supuesto habría sido una jalada llevar a cabo las cosas a tales extremos. Como hubiera sido lo que propuso una diputada priista, Arcelia Sánchez, allá por 1978, eso de crear fuentes de capacitación y empleos para que todas las mujeres que se dedican a darle vuelo a la hilacha, las “picos pardos”, como lo dijera en una ocasión el diputado Erick Lagos ante su jefe el innombrable, mejor la hicieran como costureras, obreras o cualquier otra actividad… ¡Hay que ser ‘güey’, pero no tanto.
La asistencia sexual es tan necesaria como la médica. Sea o no clandestina, es una actividad que se lleva a cabo, en todas partes. Mis respetos para estas damas, quienes sólo ellas saben por qué lo hacen.

rresumen@hotmail.com

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