29 de Abril de 2024
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LA COMUNICACIÓN SOCIAL
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2014-12-08 - 10:14
De entrada hay que acostumbrarse a tragar un sapo todos los días.
En realidad no se sabe si son más los peseteros y chantajistas que el enorme caudal de medios de comunicación social que pululan en el espectro periodístico veracruzano.
Lo que sí, es que hay que atenderlos a todos.
Y saber que en esta materia, más que en cualquier otro quehacer de la política, los amigos son de mentiras.
Dejas la responsabilidad y en nada contaron los esfuerzos hechos por acomedirles el billete y la cauda de privilegios que exigencia tras exigencia te demandan no uno, sino cientos de comunicadores, editores, columnistas, moneros, conductores, camarógrafos y revisteros.
Ahí está el caso Gina, todos los días se la comen viva luego de tres años de verla excelsa, bella y talentosísima.
Y es que al final del día y luego de concluida la responsabilidad, tienes además que guardar en lo más recóndito de la mente todo lo que viste, todo lo que escuchaste, todo lo que pactaste. Lo bueno, lo malo, lo feo, todo hay que reservarlo rogando a Dios no volverte a tropezar con tamaña piedra.
Termina Alberto Silva y se lleva consigo todos los secretos de la relación prensa-estado en una entidad tan convulsa en donde maquillar, ocultar o desviar la atención mediática, es todo un reto en la mayoría de las veces difícil de cumplir, ya que la sociedad civil está muy despierta, amén de que las redes están en el escenario las 24 horas de día.
Y para el que se va, el mandato es callar. Olvidar todo lo que vio, tanto desde adentro como hacia afuera. No se puede violar la secrecía.
Ahí seguirán en lo más recóndito de los archivos personales las tres denuncias penales y civiles en contra de Gina Domínguez. Ahí también quedarán esos abusos facturados de medios que vendieron tan caro su amor que la deuda nomás no acaba de pagarse.
Para este escribano regresa a la memoria cuando el “Yayo” Gutiérrez me entregó la austera oficina de prensa del gobierno del estado, en donde con su clásico sarcasmo me dijo: “Edgar, ¡bienvenido al infierno!”.
Lo fue.
Fueron dos años complicados ya que sabiendo el gobernador Fernando Gutiérrez Barrios que su permanencia era temporal dada su alianza con quien sería el presidente de México, Carlos Salinas, se decidió por un gobierno no de obras, sino de papel periódico.
Era el clímax de la prensa escrita. Y, en efecto, no había redes y los medios electrónicos se movían en un muy bajo perfil, pero había mucho pesetero y fotógrafos de cámara rusa, de ésos que no le ponían rollo a la cámara pero iban a los actos público al pago por evento. Una calamidad que creo aún persiste.
¿Y la prensa seria?
Pues ésa no fue complicada. Se sabía su postura, el tipo de negociación que se requería y cómo llevarla por el mejor modo a sabiendas, según don Fernando, que la crítica fortalece y que todo gobernante requiere de una pequeña dosis de impopularidad para que se le crea. En política como en la relación con los medios, ni todo es blanco ni todo es negro, y es en esos clarooscuros donde se trabaja.
Si no mal recuerdo, el presupuesto anual para Comunicación Social era en 1987-1988, de 7 mil millones de pesos viejos, unos 700 millones de pesos actuales que de verdad eran una barbaridad de centavos.
Con ello se podía hacer muchas cosas.
Era, sin embargo, una dinámica con fronteras en donde no existía de la contraparte ese avorazamiento y del lado gubernamental una estrecha vigilancia para atajar desvíos.
No había convenios, sólo publicidad que en eventos relevantes como el informe de gobierno representaba un importante caudal para los empresarios de los medios. Eran épocas en donde los medios salían a buscar publicidad comercial para complementar la supervivencia.
Y los columnistas, digamos fieles, por usar un lugar común, no recibían apoyos mensuales o determinadas cantidades. Eran compromisos eventuales. Se les ayudaba a terminar o construir su casa, conseguir un crédito, apoyarlos en casos de enfermedades serias y a uno que otro borrachín que era llevado a San José, ayudarlo en su liberación.
También se les apoyaba con becas para los hijos y emergencias familiares. Y sí, eran otros tiempos. Pagarles el funeral; darles un buen regalo en Navidad y estar prestos en una crisis que viviera el comunicador. Eso sí, en política no podían imponer recomendados, acaso una plaza para la novia o una aviaduría para el papá.
Con los medios nacionales el trato era fuerte por el interés del regreso del gobernador, pero nada desmesurado. Acaso en alguna ocasión cumplir el capricho de un dueño de un diario de circulación nacional que pidió le trajeran una casa de madera de Canadá a su terreno de Valle de Bravo, el cual, por supuesto, se cumplió.
Con los medios abiertamente opositores y los periodistas críticos sólo había un trato personal, acaso de “amistad”, en donde los secretarios de estado del gobierno, así como el personal de Comunicación Social, nos dividíamos las tareas.
La consigna era no dejar vacíos.
Alberto Silva se va. Pagará de manera necesaria la factura de haberse aventurado a transitar por tan resbaloso camino. Sus mejores “amigos” y “aliados”, ésos que todos los días le decían “¡Tú vas a ser el gobernador!”, serán sus principales jueces que de la noche a la mañana le censurarán todos sus yerros y saldrán a flote defectos existentes o no.
Apenas iniciaba Regina Martínez en el mundo del periodismo con una corresponsalía eventual en La Jornada y chamba fija en Política. Era muy recia, crítica, muy crítica. El gobernador me insistía en que la buscara y platicara con ella para atemperar.
No se pudo. Entró al quite Dante, tampoco. Ojeda Mestre, el de las finanzas, nunca la convenció ya que era incorruptible tras lo cual el gobernador sabiamente dijo: “Permitamos la crítica, hagamos de ella el espejo del poder”.
Alberto Silva se va.
En lontananza se ve Enrique Ampudia. Tembloroso se arrima. Ya vio el tigre. Será bienvenido con un cerro de facturas por pagar. Es el que pondrá el último clavo al ataúd del duartismo.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo

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