28 de Abril de 2024
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Lo que celebramos en septiembre
“Toda la historia es incomprensible sin Cristo”. Ernest Renán
2016-09-17 - 08:12
Sin caer en un revisionismo histórico simplista y ramplón del tipo de generalizar “los buenos en realidad fueron malos y los malos buenos”, en estas fechas de celebración nacional, de adornos, luces y hasta mejillas teñidas de verde, blanco y rojo, de folclóricas borracheras (hay que ser muy mexicano y embrutecerse con tequila hasta perder la consciencia) que invariablemente dan su fruto de atropellamientos, choques frecuentemente mortales, riñas y hasta patrióticas balaceras; y esto sin mencionar estragos que no se notan tanto en público como divorcios porque ella, totalmente embriagada, se metió con otro en la cama, o él con otra (no me vayan a reclamar mis amigas feministas) o hasta una infidelidad igualitaria ahora que está tan de moda hablar de ello, pues me gustaría hacerla un poco de aguafiestas sólo para dejar en claro (hasta donde se pueda) qué es lo que celebramos de manera tan fastuosa.
Lo primero que gritó el cura de Dolores don Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor aquella noche-madrugada entre el 15 y 16 de septiembre de 1810 fue: “¡Viva Fernando séptimo!”… ¡Ups!... Ya de entrada vemos que la arenga inicial del considerado padre de la patria no fue contra la corona española, sino todo lo contrario. Don Miguel alentaba a desobedecer a la metrópoli porque el legítimo rey de España Fernando VII había sido capturado y destronado por Napoleón. Hasta aquí, ningún indicio de que se pretendiera formar una nación independiente.
¿Y lo segundo? A continuación la proclama del cura de Dolores fue: “¡Viva la santísima virgen de Guadalupe!” (para los que hoy se rasgan las vestiduras alegando defender el “estado laico”). Y el mismo padre de la patria inició la matazón enarbolando el estandarte guadalupano.
Luego imaginemos a un padre, guía espiritual de su parroquia, con la bandera de la virgencita del Tepeyac, arengando a los indios “¡A matar gachupines!”
Dado esa pacífica y benevolente consigna de don Miguel (“¡A matar gachupines!”) nuestra gloriosa gesta de independencia inició con la violación masiva de mujeres españolas – incluidas niñas y ancianas – y el asesinato de civiles, que no de soldados, por parte de los indios comandados por el prócer de la independencia.
La orgía de sangre fue tal que verdaderos buscadores de la independencia como Ignacio Allende se opusieron a Hidalgo. A las hordas de don Miguel se opusieron no sólo españoles peninsulares y criollos, sino también los mestizos, ya que tenían o padre o madre español. El movimiento titubeante y sanguinario que inició Miguel Hidalgo fue derrotado en unos cuantos meses, y la continuación (o inicio más bien) de la verdadera lucha por lograr un país independiente le correspondió a los menos brutales Allende, y sobre todo José María Morelos y Pavón, también sacerdote católico romano.
Dios perdona todo cuando hay arrepentimiento sincero. Don Miguel Hidalgo y Costilla, quien quiso que su confesión poco antes de ser fusilado se hiciera pública, murió arrepentido, retractado y pidiendo perdón por todo lo que había hecho, sobre todo la traición a su fe. Se le dio la absolución.

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En panorámica, fue positivo que la Nueva España (hoy México) se independizara de la corona peninsular, aunque nuestro país a más de dos siglos de distancia no acabe de encontrar su cauce. Hubo inconvenientes, sí. Antes, meterse con México (Nueva España) era meterse con el Imperio Español. Al quedar solo, independiente, México quedó a merced, militar, política e ideológicamente (algunos dirán que aún en la religión) del ya entonces poderoso vecino del norte, lo que le costaría, como sabemos, entre otras cosas, la pérdida de más de la mitad del territorio.
Y con la independencia ocurre irremediablemente lo mismo que con la guerra de Reforma y con la Revolución: ni las cosas eran tan malas antes, y por supuesto que no quedaron mejor después, si no nos dejamos llevar únicamente por los historiadores oficiales de los que quedaron encumbrados tras cada uno de esos movimientos.
Pero las tradiciones son importantes – tal vez fundamentales – en la vida de los pueblos. Y la celebración de la noche del 15 de septiembre ya es una tradición arraigada en el pueblo mexicano. La gente necesita de momentos de alegría y hasta euforia de vez en cuando. Sólo deberíamos eliminar de esa tradición el aberrante consumo de alcohol que, como decía antes, provoca que en medio de la alegría se produzcan lamentables tragedias y que la fiesta acabe en luto.

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En la economía no se ve por dónde

Con los recortes que aún en áreas que algunos consideran estratégicas de la propuesta de Presupuesto de Egresos para 2017 que le tocó entregar al Legislativo al flamante nuevo secretario de Hacienda José Antonio Meade Kuribreña, nos damos cuenta de que el panorama no es nada halagador para los siguientes dos años, últimos de la presidencia de Enrique Peña Nieto.
La verdad es que al presidente Peña le ha llovido sobre mojado. El pueblo está acostumbrado a que los gobiernos traten de justificar sus errores o daños económicos al país por actos de corrupción, echando mano a infinidad de pretextos, entre ellos, las vicisitudes del entorno internacional. Por eso ahora que, efectivamente, las altas y bajas (más bajas que altas) en la economía mundial, principalmente el bajísimo precio del barril de petróleo por una infame estrategia de Estados Unidos y Arabia Saudita, ya nadie le cree – la burra no era arisca… – al gobierno. Lo que le pasó a Pedrito por tanto y tanto gritar falazmente “¡Ahí viene el lobo!”; cuando el carnívoro apareció efectivamente ya nadie le creyó. Y el lobo de la crisis ahora sí parece haber arribado desde el exterior.
Cuando se empezó a difundir la terrible caída del precio del petróleo pensé que la situación era más grave de lo que se percibe para México, pues no es ningún secreto que la economía de nuestro país está totalmente petrolizada desde hace décadas.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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