13 de Mayo de 2024
INICIO
Política Columnas Municipios País Orbe Educativas Cultural Sociedad Negocios Farándula Deportes Sucesos
-
El tesoro de nuestro Museo de Antropología
.
2016-07-30 - 09:12
Esta semana, la directora del Museo de Antropología de Xalapa (MAX) Maura Ordóñez Valenzuela, se lamentó de que los xalapeños somos quienes menos valoramos ese espacio de cultura. Y tiene razón.
El MAX cumple 30 años de haber sido remodelado y de hecho reconstruido por el entonces gobernador don Agustín Acosta Lagunes.
Los que tenemos suficiente edad recordamos el antiguo museo en que las piezas arqueológicas, incluida una de las colosales cabezas olmeca, se encontraban a la intemperie sobre el verde de un césped hermoso y bien cuidado. Era muy bonito contemplarlas desde el automóvil, el autobús o como peatón. Sin embargo, no era bueno para las valiosas reliquias el estar expuestas a las inclemencias atmosféricas. Se hizo lo correcto al construir un espacio – y un espacio bello y monumental – para poder admirar el acervo olmeca bajo techo, por el bien de esas esculturas pétreas y el confort de los visitantes que pueden hacer recorridos sean cuales sean las condiciones climatológicas.
También deseo salir un poco en defensa de mis conciudadanos. Es un fenómeno psicológico generalizado en los seres humanos el no valorar aquello que tenemos demasiado cerca, aquello a lo que tenemos acceso fácil y constante. Se me ocurre ahora el ejemplo que he observado en amigos y demás personas que residen en la ciudad y puerto de Veracruz, que son a quienes menos importa pasarse un buen día en la playa, contemplar extasiados la inmensidad de la mar, pasear por el malecón o ver a los grandes buques cargueros arribar o zarpar de los muelles. Lo tienen tan a la mano todos los días que no lo disfrutan y aprecian como los que no habitamos en ciudades costeras.
Sin embargo, en el caso del MAX sí vale el “regaño”. Todo es cuestión de meditar y hacer consciencia del valor de las cosas.
Hace cosa de cuatro años, mi sobrino, entonces un niño de nueve, me enseñó una pequeña cabeza olmeca que había esculpido con plastilina por encargo de su maestra. Le pregunté: “¿Conoces las originales?”. Me contestó que no; que sólo la foto que les había mostrado su profesora de primaria. Le prometí que lo llevaría a conocer las enormes y enigmáticas esculturas, emblema universal de la cultura Olmeca. Lo cumplí (hay que cumplirle a los niños las promesas para que no dejen de confiar en nosotros).
El sábado siguiente acudimos al MAX. Con un precio bastante accesible que se sigue manteniendo de 50 pesos por mí nada más, porque los niños entraban sin costo alguno, ingresamos al fastuoso edificio. Vimos la principal cabeza olmeca, la mejor elaborada por los nativos de esta zona del país, y que en opinión de algunos antropólogos e historiadores podría tratarse de miembros de la más antigua cultura del territorio de lo que hoy es México, la Olmeca, precisamente.
Mi sobrinito la contempló sorprendido; yo también, a pesar de que no era la primera vez que la tenía tan cerca. Recordé que en una de las ocasiones anteriores, en un recorrido guiado, el guía contó la anécdota de un antropólogo francés que hasta entonces sólo la conocía por medio de fotografías en un libro, al estar frente a ella, sin más, violando las reglas del museo, se trepó a la base donde descansa la gran testa, y pegando el cuerpo a ella la abrazó… Creo que los xalapeños, si hiciésemos plena consciencia de lo que representa, de los siglos que tiene, de lo que fueron los olmecas y de los misterios y enigmas que encierra su origen por el como casco que tiene y los rasgos característicos de la raza negra, sobre todo sus labios gruesos, por lo menos sentiríamos el impulso de hacer lo mismo que hizo ese francés estudioso de las manifestaciones del ser humano.
Creo que cansé un poco a mi sobrino, pues lo hice que nos plantáramos, por lo menos unos segundos en algunas, frente a todas las piezas exhibidas, deteniéndonos en las que despiertan mayor interés, como el “Señor de Las Limas”, impresionante escultura de jade, y le conté la historia de cómo fue robado y recuperado. Pero vale la pena, pues es diversión y adquisición de conocimiento al mismo tiempo. Es incrementar nuestro nivel cultural al tiempo que se pasa una buena mañana o tarde de recreación.
Y al salir, como de pilón, pudimos admirar una colección pictórica, pues el recinto contiene una galería junto a la entrada. Aunque en ese momento mi sobrino y yo no hicimos uso de otros contenidos del MAX, hay cafetería, tienda donde se pueden adquirir postales, libros de fotografías de las piezas arqueológicas, libros de la historia y características de la cultura Olmeca y hasta miniaturas de las esculturas más emblemáticas. Y un pequeño pero muy bonito auditorio donde se celebran conciertos de solistas y música de cámara y se alquila para eventos de diversa índole.
¿Cuántas otras cosas menospreciamos o hasta ignoramos por tenerlas demasiado cerca? Hagamos un esfuerzo por combatir el embotamiento de nuestra capacidad de asombro. Seamos en ese aspecto como el niño pequeñito que abre los ojos desproporcionadamente, maravillado, pues para él prácticamente todo es nuevo, nunca visto.
Estamos rodeados de verdaderos milagros que por la costumbre, por la repetición rutinaria, por el fácil acceso a ellos, los utilizamos sin detenernos a meditar por lo menos un poco. Encendemos la estufa, una vela o veladora y ¿cuántos nos ponemos a pensar, al ver el cerillo encendido o el cabo de una vela cómo es que se mantiene prendida la pequeña flama? Los científicos nos dicen que la combustión de oxigeno y blablabla. Lo cierto es que ni la ciencia que puso hombres en la luna y ha enviado satélites fuera del sistema solar puede explicar cómo se mantiene encendida esa pequeña combustión de oxígeno que es la flama de un cerillo o una vela. ¿Y cuántos, al encender rutinariamente la televisión meditamos cómo es que con un aparato con una pequeña vara de metal podemos ver imágenes y escuchar sonidos de algo que ocurre del otro lado del mundo? El hombre ha aprendido a usar las ondas radioeléctricas pero en realidad ni los científicos saben cómo es que éstas transmiten datos, imágenes y sonidos.
Acepto el “regaño” de la antropóloga Maura, porque, aunque en mi caso sí he acudido al MAX, es mucho lo que me falta por aprender de su abundante contenido.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

Otras Entradas

Lo más visto