A los que nos oponemos a que se le dé legitimidad jurídica a las uniones de parejas de personas del mismo sexo y a que se pretenda equipararlas al matrimonio natural que ha sido, es y siempre será la unión de un varón con una mujer, se nos tilda de retrógradas, ignorantes, discriminadores, fanáticos y algunas otras linduras que nos endilgan los apologistas y promotores de la homosexualidad.
Las desviaciones sexuales generalizadas – entre ellas la homosexualidad – fueron característica de la época de decadencia de las civilizaciones del pasado, Egipto, Babilonia, Grecia, Roma… Así que no nos salgan los que defienden las relaciones íntimas antinaturales con que su postura es lo “moderno”, lo “progresista”, lo “avanzado”.
Aunque sigue la controversia científica, psicológica y filosófica acerca de si en algunos casos realmente excepcionales algunos individuos nacen con la tendencia de sentir atracción sexual hacia personas de su mismo sexo, lo que sí se ha comprobado es que la inmensa mayoría SE HACEN durante la etapa de definición sexual, en la pubertad, entre los 11 y los 13 años de edad; ya sea porque no tuvieron una educación adecuada o – peor – porque fueron incitados por un homosexual.
De ahí que resulta falsa la premisa del “vive y deja vivir” que algunos nos “sugieren”; es decir, que si no estamos de acuerdo con ese “estilo de vida” pues no lo seamos, pero que dejemos serlo a quien así lo desee… No es tan fácil.
Si dos homosexuales, por ejemplo, tienen un departamento y allí adentro hacen su vida, nadie va a ir a molestarlos ni a criticarlos; tienen ese derecho, sí.
El problema empieza cuando se daña a terceros, en primer lugar con el exhibicionismo. Es grave el daño psicológico que pueden causar a niños y adolescentes las expresiones públicas homosexuales. El ver a dos hombres tomados de la mano o hasta besándose y acariciándose va a confundir seriamente al menor, si sus padres no tienen la madurez para explicarle que eso es algo antinatural, que no debe ser.
Así que el problema no es el derecho que pudiesen tener dos personas con tendencia sexual anormal a llevar una relación íntima, sino que al hacer pública esa relación pueden perjudicar a terceros, principalmente a ese sector de la población tan importante, nuestros niños y adolescentes.
Y lo que hace unas décadas hubiese parecido inconcebible, hoy – y es una tendencia mundial, no sólo en México – se pretende darle validez legal a las conductas desviadas y equipararlas al verdadero matrimonio de (es increíble que haya que especificarlo) un hombre con una mujer y la familia natural, padre, madre e hijos.
Hace unos años se le inquirió su opinión a la cantante de Alto Lucero, Veracruz, Paquita la del Barrio acerca de que las parejas de homosexuales pudiesen adoptar niños. La folclórica intérprete respondió escueta y contundente: “Primero muertos”… La homosexualidad militante se le fue encima con verdadero odio a través de los medios. La señora dijo lo que dijo salido directo del corazón, pero no por verdadera convicción, así que ante la presión tiránica de los “políticamente correctos” se retractó.
Sin embargo lo que de origen le salió del alma a Paquita es lo correcto: “Primero muertos”. No alcanzamos a imaginar el daño superlativo que llegaría a causar el permitirles legalmente adoptar niños a las parejas de homosexuales, directamente a los infantes adoptados y también a la sociedad toda.
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Es una falacia de los defensores y promotores de la homosexualidad que el rechazo a la legalización de las uniones antinaturales (que no matrimonios) provenga únicamente de una postura religiosa, de las iglesias o hasta la afirmación extrema de algunos mañosos de que es política exclusiva de los obispos católicos romanos. Falso. Es simple sentido común; basta con observar la naturaleza y meditar. Hay ateos y agnósticos que simplemente creen lo que sus ojos ven y su razón deduce de los hechos y evidencias de la ciencia, e igualmente se oponen a que se promuevan las conductas sexuales desviadas.
Otros alegan que México se debe adaptar a lo que los organismos internacionales y los estados “modernos” adoptan en ese sentido, como si esas entidades supranacionales, así sea la misma ONU – materialmente muy poderosas, eso sí – pudiesen abrogar la ley natural. Y todo ello responde a la verdadera obsesión y fanatismo que algunos tienen por contradecir la moral cristiana que invariablemente coincide con la ley natural. Así se promueve desde cúpulas de poder en México y a nivel mundial tres asuntos primordialmente: la legalización del asesinato de seres humanos en el vientre materno mediante el aborto inducido; la legalización de las uniones desviadas equiparándolas con el verdadero matrimonio que es de un varón con una mujer; y como remate, la legalización de las drogas, argumentando supuestos beneficios – puras falacias – que ésta traería.
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Las marchas a favor de la familia natural y tradicional – a favor, sí, antes que en contra de nadie – son convocadas por la asociación civil Frente Nacional por la Familia (FNF) y la convocación está dirigida a toda la sociedad sin importar grupo o religión a la que se pertenezca, y no por una iglesia o iglesias como algunos mal intencionados han difundido. Por supuesto que es deber de pastores evangélicos y obispos y sacerdotes católicos apoyar y promover este tipo de manifestaciones cuando se intenta imponer leyes injustas y perjudiciales para la población. Pecado de omisión sería si no lo hiciesen. Es ardid de los defensores y promotores de la homosexualidad el atribuirle a una iglesia específica la oposición a iniciativas de ley que contradicen la ley natural.
Como dije anteriormente, hay aún ateos y agnósticos que defienden la familia natural que de origen se forma por el matrimonio de un hombre con una mujer y que se constituye de padre, madre e hijos.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

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