27 de Abril de 2024
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El flagelo de la corrupción
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2015-08-08 - 09:02
Se dice que el principal problema, la mayor lacra que padece nuestra sociedad mexicana es la corrupción. Y es la verdad porque cualquiera buena intención, cualquier proyecto de nación, local, municipal e incluso proyectos exclusivamente de barrio, de colonia, se frustran irremediablemente cuando hace su aparición ese indeseable fenómeno que por el mal corazón de algunos hace caer las aspiraciones y bienestar legítimos de la mayoría. ¿Pero qué queremos decir específicamente cuando nos referimos a la “corrupción”? Porque confesemos que a veces utilizamos términos de los que no tenemos una idea exacta de lo que quieren decir, a veces sólo repetimos lo que oímos o leemos sin meditar realmente acerca de lo que queremos decir con nuestras palabras. Tomé los términos que nos señala como sinónimos de corrupción el diccionario que tengo a la mano, Pequeño Larousse Ilustrado.
Putrefacción. Las sociedades se van quedando sin vida cuando los individuos que las componen empiezan a caer en un egoísmo progresivo, cuando dejan de ver a los otros como prójimos con quienes tenemos compromiso; cuando caen en la indolencia y se preocupan sólo en el bienestar material de sí mismo, cuando mucho de su familia inmediata. Y de ahí al mal olor de pasar de la indolencia, de la omisión, al egoísmo activo, es decir, aquel que perjudica al otro conscientemente en aras de un beneficio personal. Y aquí no sólo nos referimos a situaciones obvias como la delincuencia común u organizada, sino también a hechos que en determinado momento pudiésemos no darles la suficiente importancia como tirar la basura donde y a horas que no se debe; comprar discos y películas “pirata” pasándonos por el arco del triunfo los derechos de autor; fotocopiar libros; evadir impuestos; estacionar el automóvil en lugar prohibido, y así con esos “pequeños detalles” nos vamos desnaturalizando a modo de que cuando tenemos la fortuna de acceder a una posición de poder, vienen los grandes desfalcos, fraudes y hasta homicidios por ambición y avaricia.
Contagio. Considerando que el 80% de la educación de niños y jóvenes lo constituye el ejemplo dado por padres, tutores, maestros, figuras públicas como artistas, escritores, políticos y próceres de la historiografía, no nos debe sorprender que en sociedades displicentes se vaya generalizando ese fenómeno llamado corrupción. ¿Cómo decirle a nuestro hijo que no copie en un examen cuando nos vio deslizarle un billete de 100 pesos a un agente de tránsito para evadir una infracción? ¿Cómo habrá de darle siquiera un buen consejo a sus hijos aquel funcionario público que se ha enriquecido mediante fraudes, desfalcos, tráfico de influencias? ¿Cómo incitar hacia el bien a hijos, alumnos o niños y jóvenes en general cuando se ingiere alcohol u otras drogas? ¿Y cuando se ensalza la figura de algún artista o intelectual que, no obstante la habilidad que pudiese tener en su oficio, acabó destruyendo su vida con el alcohol y/o otras drogas y tabaco?
Alteración. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5: 20). La indolencia, el no darle la importancia debida a esas malas actitudes, va provocando un trastocamiento de valores al grado que llega a parecer “normal” lo que en una situación sana causaría escándalo. ¿Cómo esperar el bienestar de la sociedad cuando se pretende generalizar la noción de que es un derecho humano el que una mujer pueda “disponer” de su hijo mediante el aborto inducido? ¿O el considerar igualmente un “derecho humano” el poder bloquear carreteras y calles, vandalizar comercios y oficinas de gobierno, lanzar piedras y bombas molotov a nuestros soldados y policías?
Falsificación. La adulteración de la psique individual y colectiva se va dando paulatinamente cuando se borran los límites entre lo que es bueno y lo que es malo; cuando se cae en un relativismo disolvente que, por lo menos en las mentes, derriba la frontera entre el bien y el mal. Así, con el pretexto de los casos excepcionales y aislados de niños que son maltratados por sus padres o por algún maestro por ahí, se arremete contra la manera tradicional de corregir a los menores, relajando irresponsablemente la disciplina, lo que ha traído como consecuencia lógica la pérdida de respeto de hijos hacia sus padres, de alumnos hacia sus maestros. Cuántas veces no escuchamos hoy en día: “Cómo me hubiera ido si yo le hubiera contestado así a mi madre”… o al maestro, o al oficial de policía. ¿Debería entonces sorprendernos que gran cantidad de jóvenes se hundan en el alcohol y las demás drogas? ¿Qué por obtener dinero rápido, licores caros, drogas, sexo con bellas e igualmente inconscientes muchachas, se unan a organizaciones criminales como traficantes, informantes o hasta asesinos a sueldo? Y todavía se difunde la falacia de que la delincuencia tiene su origen en la pobreza o la falta de oportunidades, cuando robos, asaltos, extorsiones, secuestros, etc., se cometen utilizando celulares costosos, armas de cientos o hasta miles de pesos, motocicletas, automóviles… Lo peor es el mensaje torcido que se le da a la gente de manera implícita con esa alteración de valores: “Tienes derecho a robar o asaltar porque eres pobre”.
Seducción. El excesivo consumismo al que nos vemos bombardeados hace desear a niños y jóvenes bienes materiales, estilos de vida, que en la mayoría de los casos difícilmente podrían alcanzar con un empleo lícito y formal, por lo menos a corto o mediano plazo. Reportajes en televisión, revistas y otros medios sobre el estilo de vida de actores de Hollywood, aristócratas europeos y magnates en general.
Si me preguntan si hay un remedio para todo lo anterior, mi respuesta es sí, si la hay (y eso considerando que por cuestiones de espacio dejé fuera los tres últimos sinónimos que se manejan: cohecho, vicio y abuso): la fe. Como creyente, no sé qué aliciente pudiese tener para hacer el mínimo sacrificio en pro de los demás, aquel que cree que arriba no hay nadie que nos esté observando, o que piensa que a la muerte del cuerpo se acaba todo. De nada sirve que en los programas del sistema educativo básico, medio o superior, se incluya la materia de “Ética y valores”. Si puedo conseguir con impunidad un beneficio material para mí y mi familia inmediata ¿por qué no hacerlo?
No nos queda más que voltear a Cristo y su palabra.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.
raulgm42@hotmail.com


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