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PROSA APRISA - Arturo Reyes Isidoro
Prensa-poder, convivencia obligada
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2015-02-12 - 12:36

El siguiente texto lo publicó Sergio Sarmiento en su columna "Jaque Mate" el pasado viernes 6 de febrero en el diario Reforma. Lo tituló "Sin aplausos" y, lógicamente, hizo referencia a la frase que pronunció el presidente Enrique Peña Nieto luego de que anunció el nombramiento de Virgilio Andrade como secretario de la Función Pública el martes 3 de febrero.
Ese día, en un descuido, sin darse cuenta que estaba abierto el micrófono comentó "ya sé que no aplauden" ante un auditorio formado sólo por reporteros y porque éstos no aplaudieron su anuncio. La frase se hizo viral en las redes sociales lo que le valió una lluvia de críticas. Yo he escrito que la relación entre prensa y poder no es fácil, aunque no tiene por qué no haberla si no se pervierte y si uno y otro se tratan con respeto; que incluso es incluyente porque una y otro tienen el mismo objetivo: servir a la sociedad.
Sarmiento es un periodista serio, juicioso, equilibrado, y por eso no me resisto a copiar tal cual lo que escribió sobre esa relación y sobre el papel de la prensa.
"Políticos y periodistas llevan una convivencia obligada pero necesaria para ambos. Los unos se quejan de los otros y los otros de los unos. Pero los políticos necesitan la cobertura de los medios para obtener reconocimiento y votos mientras que los periodistas necesitan a los políticos para su información.
La incómoda cercanía se manifestó con claridad este 3 de febrero. El presidente Peña Nieto presentó en Los Pinos al nuevo secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, y le pidió públicamente que lo investigue a él, a su esposa y al secretario de Hacienda. Al terminar la ceremonia, que quizá por premura se hizo sólo con reporteros de la fuente y no con funcionarios o invitados especiales, el Presidente se alejó del podio y comentó todavía al alcance del micrófono: "Ya sé que no aplauden".
No sé lo que estaba pensando el Presidente, pero el comentario parece marcado de amargura. Un jefe de gobierno está acostumbrado al aplauso fácil. Supongo que hacer un anuncio importante sólo con la presencia de reporteros que no aplauden debe sentirse como un cubetazo de agua fría.
En realidad no sorprende que los reporteros de Los Pinos no aplaudan. No lo hacen los periodistas profesionales en ningún lugar del mundo. Una conferencia de prensa no concluye con aplausos ni en la Casa Blanca en Washington ni en el Palacio del Elíseo en París. Los presidentes de Estados Unidos y Francia saben también que los reporteros no aplauden.
Una conferencia de prensa no es –no debe ser– un discurso que se selle con aplausos. Las conferencias de prensa en el mundo son ejercicios informativos y no políticos. El funcionario quizá ofrezca algunas palabras de introducción o lea un comunicado, aunque no un discurso, y aporte datos concretos. Al final hay una sesión de preguntas y respuestas. Incluso el presidente de Estados Unidos, quizá el funcionario más poderoso del mundo, entiende la necesidad de escuchar y responder preguntas de los reporteros.
En México, en cambio, no tenemos verdaderas conferencias de prensa. El Presidente o los altos funcionarios suelen ofrecer discursos. La posibilidad de preguntas y respuestas ni siquiera se considera. El presidente de México sólo da verdaderas conferencias de prensa en el extranjero o cuando recibe en nuestro país a otro mandatario... porque los cuerpos de reporteros de otros países considerarían un insulto que una conferencia de prensa y su sesión de preguntas y respuestas fueran reemplazadas por un discurso político.
No sólo el presidente de México se siente extraño en actos con reporteros. Muchos periodistas se muestran incómodos en informes de gobierno o en actos públicos de funcionarios. Aunque abstenerse de aplaudir no debe ser una cuestión de principios, los verdaderos periodistas procuran no hacerlo. A los actos políticos asisten como observadores y no como simpatizantes. Es muy común, sin embargo, que los asistentes que aplauden a cada párrafo los miren como si estuvieran cometiendo un acto de abierta grosería al no aplaudir.
Estas diferencias son inevitables. Los políticos y los periodistas están condenados a convivir, pero no necesariamente se tienen simpatía. Con mucha frecuencia he escuchado expresiones de menosprecio de los políticos hacia los reporteros que cubren sus presentaciones. 'No tengo sesión de preguntas y respuestas –me explicaba uno– porque los reporteros no tienen el nivel'.
El menosprecio, sin embargo, es mutuo. Muchos reporteros expresan en privado comentarios negativos de los políticos que deben cubrir. Quizá por eso no se preocupan mucho de que no haya sesiones de preguntas en las supuestas conferencias de prensa. Algunos periodistas, de hecho, lo prefieren. Sienten así más libertad para 'golpear' a los políticos cuando tienen oportunidad".
Sergio Sarmiento, considero, habla a partir de su experiencia y de la realidad de nuestro medio y el de los políticos. Yo soy de la vieja escuela y, de verdad, extraño aquéllos tiempos cuando los políticos y gobernantes hacían también política en mesas de desayunos, comidas o cafés con los periodistas, reporteros de sus fuentes, columnistas o directores de los periódicos. En corto explicaban sus motivaciones, el porqué de sus decisiones, qué estaba pasando en realidad, e incluso aprovechaban la oportunidad para pedir apoyo para sus políticas públicas y para acciones que iban a tomar a veces polémicas.
Ciertamente las circunstancias cambiaron y la sociedad también, pero sigo creyendo que las bases de aquel tipo de relación siguen siendo válidas, aunque ya, no sé por qué, los políticos las olvidaron o ya no las practican. Ahora el desencuentro sustituye a aquella vieja relación y la crítica se da muchas veces porque no hay puentes informativos y entonces el periodista hace una libre interpretación a falta de una explicación, de una justificación válida oficial.
Reportero muchos años, luego –nunca estuvo en mis planes ni en mis proyectos de vida– las circunstancias me llevaron a la prensa oficial en la que me pasé 30 años. Trabajé y conviví prácticamente con todos los gobernadores a partir de Rafael Hernández Ochoa (todavía alcancé a don Rafael Murillo Vidal al final de su mandato) hasta Fidel Herrera Beltrán y por eso me atrevo a opinar que la relación prensa-poder, una buena relación, no es fácil aunque es posible si se quiere.
De la prensa oficial me retiré en noviembre de 2010. En febrero de 2014, hace un año, el gobernador Javier Duarte de Ochoa me distinguió invitándome a retornar a la función pública en el área de prensa de su gobierno. Consideré que ya había concluido mi ciclo y además no quise exponer mi salud por mi edad y porque sé el sacrificio que implica esa área. Con Duarte fuimos compañeros en la administración de Herrera Beltrán y hoy creo que era –y todavía es– digno de mejor suerte en su relación con la prensa y en el trato de la prensa para con él.
No obstante esos desencuentros propios de la relación prensa-poder, las veces que nos hemos visto –y cuando me han invitado a la Casa Veracruz– ha sido muy cordial conmigo. Todavía le faltan dos años para concluir su gestión y ya creo que vive anticipadamente lo que debería haber vivido hasta en el último año de su gestión: una crítica a veces muy severa hasta de quienes habían venido siendo sus aliados. Sinceramente, posturas aparte, ojalá y todavía, sin esperar aplausos, encuentre quién le maneje bien su política de comunicación social, su relación con la prensa. Es difícil, complejo, pero no imposible lograrlo. Mejor suerte a Javier Duarte en lo que le resta como gobernador.

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