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EL FLECHADOR, CON CÁNCER TERMINAL
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2014-09-03 - 10:02
“No, amigo. No te equivoques. Soy pobre, pero no por pendejo…”.
Con 60 años de profesión –otros le llaman oficio– y siempre luchando contra corriente, hoy observa con calma cómo su vida se le acaba.
Conectado al oxígeno –ora tirado a la cama, ora en desvencijada silla de ruedas–, escribe y sigue escribiendo sus agudas columnas políticas “¡hasta el último día, hermano!”.
Postrado, recuerda cómo siempre estuvo sujeto a la presión, al insulto gubernamental y a la amenaza de los testaferros de los poderosos, así como a los ofrecimientos millonarios a cambio de que cerrara el “pico”.
“Así no era la cosa. Conmigo siempre fue poco y bueno. Soy un Quijote, equivocado o no, pero soy un Quijote”.
Es Manuel Antonio Huerta Naranjo, mejor conocido como “El Flechador”, aunque para sus cuates de la vieja guardia es “El Alacrán”, uno de los periodistas más críticos que ha tenido Veracruz en los últimos 50 años, mismo a quien hoy se observa apagar su vida en la más cruel de las miserias.
No acepta visitas. “Sólo vienen Ezequiel Castañeda Nevares y ‘Toño’ Trujillo”, ya que piensa que a las personas hay que recordarlas en la plenitud, “no en la enfermedad”.
Su casa, que no es tal, sólo un modestísimo departamento de escasos 40 metros, allá por la Honda de Murillo Vidal, que sólo cuenta con una cama, una mesa con cuatro sillas y un rincón de estufa con una lavadora cubierta con una sábana, es una vivienda pobre, pero limpia.
Por ahí en un rincón un love seat ya muy usado –“¡siéntate, hermano!”– y sobre la mesa una computadora que a veces coloca sobre sus flacas y enfermas piernas porque el chiste es no parar de escribir.
Por estos días no hay para comer aunque las medicinas se las da Nemi, al igual que una cama de hospital cuando se requiere. Alberto Silva también le ha echado un pial y Manuel de León Maza ha sido generoso al disponer de su bolsillo un dinerito para la atribulada señora.
“Si hubiera claudicado, basta que hubiera hecho una llamada telefónica para que mis problemas de dinero se hubieran resuelto”, dice sin arrepentimiento.
El periodista tiene cáncer, un cáncer terminal que arrasa su pecho. “¡Mira mis piernas, Edgar, están tan delgadas que no me puedo poner de pie!”, y con una quimioterapia que día a día “me está destruyendo”.
“Te corroe por dentro de manera inclemente. No sólo es el cabello, son los intestinos, es la piel, es el permanente vómito y toda esa podredumbre que expulsas cuando vas al baño… ¡terrible!”.
“El Flechador” anda de ánimo: “Te voy a platicar porque tal vez no haya otra vez”. Cuenta que desde muy temprana edad, acaso a los 12 años, se juntó en Monterrey con sus compañeros que andaban animados en hacer un periodiquito que “finalmente decidimos se llamara ‘El Alacrán’, y como quienes lo maquilábamos éramos los alacrancitos, pues ya cuando regresé a Veracruz muchos me conocieron con ese mote”.
“El Flechador” no se arrepiente de haber sido un periodista crítico –“de esos ya casi ni hay”–. Tampoco de no haber hecho fortuna –“los que criticamos al poder no nos llevamos nada”– y de que al final de su vida esté a mano: “vida nada me llevo, vida nada te dejo. Vida, estamos en paz”.
Hace ocho, tal vez 10 meses –“porque en octubre me empecé a sentir mal del pecho”– recibió la fatal noticia del carcinoma. Y de ahí a la fecha nomás no ha podido superar sus males.
Pero no se arruga “el orgullo hasta el final”, aun cuando ha permitido ayuda para su esposa por parte de Alberto Silva. “¡También de Trujeque, viejo!”, añade la esposa María de los Ángeles Caiceros… “¿De Trujeque?.. No, mujer, ‘Toño’ más bien quiere que lo ayuden, ¡pero es mi gran amigo. Ve el gran esfuerzo por seguir publicano su Verba Brava”.
A “El Flechador” de siempre se le recuerda por sus agudas lecturas en Notiver. También por sus publicaciones en Gráfico de Xalapa, y ya más recientemente en las redes como “Plumas Libres” y un sinfín de blogs. Fue el primero que empezó a hablar del narcotráfico en Veracruz, así como de la brutal corrupción en el régimen de Fidel Herrera, sin olvidar a los anteriores regímenes denunciados por su aguda pluma.
Nunca se arredró de escribir sobre las Fuerzas Armadas, ni hubo político que lo convenciera con algún cañonazo.
Hoy las dos terceras partes de su vida las pasa en el hospital y unos días en su casa. “¡Ayer vino el cura a darme la extrema unción!”, dice. Toma un alimento especial y más que dormir mucho pasa muchas horas en cama y no para de escribir. No enseña sus escritos.
A “El Flechador” se le acaba la vida y, como el poema., al Flechador del Cielo nunca se le había visto tan triste. Por eso, la gente comentaba entre sí:
–¿Qué le pasa a Ilhuicamina?
–¿Qué le sucede al Flechador del Cielo?
–¿Qué tristeza le hiere?..
Y nadie sabía, más que él, su dolor. Tenía una herida, no de flecha de batalla guerrera –¡tantas batallas de ésas había ganado!–, sino de flecha de batalla de amor. Era ésa la flecha que le molestaba dentro, la que había hecho callar sus cantos y apagar su voz.
Un abrazo a nuestro amigo Manuel Antonio Huerta Naranjo, “El Flechador”, a quien le dije: “¡Te vengo a ver la próxima semana!”.
“¡No habrá próxima semana, amigo!”, me devolvió secamente.
Tiempo al tiempo.

*Premio Nacional de Periodismo

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