Lenin Torres Antonio
Imposturas aberrantes, hacerse parecer lo que no son, sinónimo de incoherencia, desapego de lo real, o lo real sin signo, extremos que se tocan, coludidos diálogos entre sordos, entre mudos, consecuencia inevitable el deterioro del lazo social, loqueera fácil asir como nuestro, los yo se alejan cada vez más en un vértigo interminable.
Risillas provocadoras por la incoherencia, por lo absurdo del caso, movimientos que nos dejan mudos, eyaculación precoz que nos avergüenza y nos hace olvidar que solamente somos imágenes suficientes para hacernos gozar y repentinamente caer muertos en silencio y en el silencio.Después viene la dialéctica, los posicionamientos tramposos, tendenciosos, que van desde el juicio trivial al juicio intelectual, en medio, frases que tratan de ser contundentes y convincentes, cada quien piensa que está haciendo lo correcto, lo necesario para darle certeza alos principios rectores de la viabilidad de lo social, su racionalidad y su sentido comunitario.
Por eso se hace indispensable defender la democracia, urgente, vital para aspirar a tener una vida digna, una sociedad donde todos tengamos trabajos bien pagados, salud, alimentos, viviendas, calles pavimentadas, colectores pluviales y drenajes que eviten las inundaciones en nuestras colonias en épocas de lluvia, escuelas y universidades gratuitas para nuestros hijos, seguridad en nuestras calles y hogares, transporte urbano limpio y barato, en otras palabras, justicia social.
Por lo que debemos impulsar un auténtico cambio democrático, y acabar con la simulación y el engaño, más si se sabe que nosotros tenemos la auténtica potestad para limpiar la política y la democracia.
Por eso debemos ser verdaderos guardianes, defensores de la democracia, y hacer que la política sea mandar obedeciendo, es decir, lograr un poder obediencial hacia el que manda, gobierna o ejerce un poder público.
Urge, pues la unidad patriótica de todos en torno a este fin: limpiar la política, la democracia.
A partir de este escenario de disentimiento, de desafección por lo político es fácil llegar a una situación de mediocridad generalizada, de anestesiamiento de toda conciencia crítica y de un aturdimiento de las facultades discriminatorias que desembocan en un fatalismo, basado en el “todo va bien” del autocomplaciente pensamiento único o bien en un nihilismo basado en la estética de la trivialidad. Como bien señala un buen amigo filósofo, Miguel M Romera “debemos pensar la democracia en términos anti dogmáticos, que desmantelen las mitologías surgidas de la propia razón moderna, la causa de degeneración bien conocida históricamente. Apostar porque la democracia (así como el entramado tecnocientífico) esté al servicio de una auténtica emancipación del hombre; profundizar e introyectar en nuestro modo de pensar y de actuar la constitutiva naturaleza polifónica –la diferencia- de la realidad democrática; asumir la diferencia como motor de la dinamización y renovación constante de la propia democracia. En definitiva, venir a pensar la política, particularmente la democracia por venir más como un punto de partida que como una estación de término clausurador de la historia y del tiempo; venir a pensar la democracia es hacer lucido la práctica, es resignificar el poder y poner al hombre humanizado en el centro del debate, venir a pensar la democracia es venir a pensar la política y, en ese ejercicio de discernimiento, reflexión y análisis, reconstruir el escenario de la razón desmitificada, y destacar el pensar como el único autorizado para regenerar el poder, la abstracción mínima que haga posible continuar unos frente a otros.”
Pero no basta el señalamiento desentendido, ni la crítica vacía, urge la ejecución de actos que nos permitan movilizar el debate y la reflexión sobre la política, dispuestos a poner en el centro el bienestar y la dignidad del hombre.
Vivimos un escenario desacreditado de la política que demanda volver a pensar la política, tener siempre presente que es una responsabilidad de todos y todas, la reivindicación de la política, y considerar que no puede haber tregua en los asuntos de la república -la cosa pública-. Debemos tomar en cuenta la necesidad de buscar ciudadanizar la reflexión sobre la política con el fin de recuperar la esencia de la política que es producir ideas, y poner en el centro el bienestar y la dignidad del hombre.
Poniéndonos a pensar la política es pensar en nosotros mismo, en nuestro destino, es ver la política como ciencia, y no como una vulgar lucha por el poder, complicidades y corrupción, es parar la profunda crisis que atraviesan los partidos políticos, que han perdido la capacidad de producir ideas, representar dignamente los intereses de los ciudadanos y formar éticamente a los hombres que puedan gobernar con eficiencia y honestidad.
No debemos permitir esa cultura institucionalizada del engaño y la diatriba, donde la política es el arte sofista de hacer parecer como verdadera la falsedad, y ocultar lo esencial de la política que es producir ideas, desafortunadamente, política electoral no ciudadana.
Hoy los asuntos en crisis de lo públicos no pueden verse desde una perspectiva ideológica partidista, ni desde una posición de poder público, tienen que verse como cuestiones de intereses nacionales que involucren a todos por igual, hoy el acuerdo plural es más importante que una visión sesgada personal, y menos una ventaja electoral.
Los asuntos de la república están en riesgo de colapsarse y sucumbir a la vorágine de la nostalgia por el poder de unos muchos, o las perspectivas futuristas que en un tiempo posterior prometan la solución efectiva a los temas de pobreza, marginación y violencia.
El hoy de los asuntos de la cosa pública es un “hoy” muy presente y actual, es un ahorita que signifique ahora, no hay tiempo por la práctica del ensayo y el error, ni el beneplácito de la investigación científica a posteriori, porque la irresponsable actitud de un “hoy posterior” implica suma de muertos y sufrimiento humano, acumulación de decadencia, y es repetir la historia del fracaso de siempre de la política como el único instrumento del cambio y la buena organización social que detenga la entropía en que cabalga lo público, en suma estamos en la antesala de un suicidio premeditado, asistido y perverso de la viabilidad de lo público que significa la tolerancia de estar enfrente uno de otro, sin que esto signifique un encuentro mortal y de exclusión como “hoy” se vive.
Julio de 2019
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