ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
PAISAJE DESPUÉS DE LA DERROTA
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2018-07-02 - 15:37
Qué esperaban. Estaba más que anunciado, y aunque lo último en morir es la esperanza, llegó el triste momento de morder el polvo de la derrota. Brasil 2, México cero. ¿No lo anunciaban los augures del Var (la nueva custodia deportiva)? Así entonces, ¿qué queda?
Es verdad. Hubo en México dos partidos políticos de rancia confrontación… El PRI y el PAN, ¿se acuerdan?, que se daban hasta con la cazuela cada seis años. ”¡Víboras tepocatas!”, gritaban unos, “¡mochos reaccionarios!”, los otros. Ahora la historia se ha encargado de arrasarlos en beneficio de un nuevo movimiento-partido que se pretende renovador y de "izquierda" (cualquier cosa que eso pueda significar en estos tiempos de languidez ideológica).
Los resultados de la elección están a la mano. El INE ha proporcionado los datos, de modo que la nueva realidad política ha impactado igual que un aerolito disparado desde Alfa Centauro. El partido de hoy se llama Morena, y lo demás es bisutería, por no denominarlo cascajo. El problema del nuevo partido hegemónico es uno y nada más que uno: que tiene nombre, apellido y fe de bautizo (por cierto que estaba anotado en la boleta electoral). Es decir, hasta hoy Morena es López Obrador y a la inversa. Claro, se trata de un partido que pretende reestructurar a la sociedad, “regenerarla”, lo que suena de por sí delicado; máxime si pensamos que todo depende de una persona, de su ánimo y su talante.
El caudillismo original inició con Plutarco Elías Calles (1929) cuando, tras el asesinato del general Obregón, advirtió la necesidad de fundar el Partido Nacional Revolucionario (precedente del PRM y luego el PRI), de modo que, en aquel momento, el partido era el caudillo y el caudillo era lo otro. ¿Caprichos o rémoras? Que lo respondan los historiadores. Lo cierto es que de tiempo en tiempo aquel partido hegemónico debió “renovarse”, por no decir que depurarse. Lázaro Cárdenas lo transformó en Partido de la Revolución Mexicana –PRM, 1938-, y Miguel Alemán lo suavizó en PRI, para su campaña de 1946.
Luego hubo una primera intentona de “renovarlo”, en 1966, cuando su dirigente, el tabasqueño Carlos Madrazo (que había sido cabecilla de los Camisas Rojas con el gobernador Tomás Garrido Canabal) propuso le elección democrática interna de los candidatos. Moriría, no tan extrañamente, en la explosión del avión que lo transportaba a Monterrey dos años después. La segunda intentona fue la de 1986, cuando la “corriente democrática” pretendió algo similar, y fue repudiada por el pleno del partido (pregúntenle a Cuauhtémoc Cárdenas y a Porfirio Muñoz Ledo), que ahí iniciaron su larga marcha por el desierto. De las consecuencias de aquella tentativa democratizadora nació el PRD, cuyas cenizas se están velando hoy en las urnas del INE.
Pero estábamos aludiendo de la aniquilación tácita del PRI, del PAN y de paso del PRD. La realidad pragmática del entorno internacional se nos ha adelantado. Miren hacia España, Italia, Francia, donde han surgido nuevos partidos inclasificables, algunos de corte nacionalista, o xenofóbico, o anti-Régimen (Podemos, Ciudadanos, Cinco Estrellas, La Liga, Frente Nacional) que de algún modo anuncian el fin de la antigua dicotomía de partidos de izquierda y derecha (demócrata cristianos, social cristianos, socialistas y liberales) lo que anticipa un poco lo que está por ocurrir en nuestro paisaje post electoral. ¿Arrasamiento o extinción?
¿Qué es lo que queda, pues?, se preguntan hoy los últimos cuatro militantes de esas formaciones políticas a punto de apagar la luz. Ante la carencia de respuesta, no queda más que el silencio, la retirada y la muy necesaria reflexión. ¿En qué nos equivocamos? ¿Nos ganó la soberbia o la miopía? Y claro, diría María Antonieta, cualquier escenario es preferible a la guillotina.
La derrota es la mejor maestra de la vida. Es lo que deben estar comentando nuestros muchachos ahora que vuelan de retorno a suelo mexicano luego de las postraciones ante Suecia y Brasil. Algo se hizo bien, algo no. Las urnas, hoy día, son implacables… como la turba cuando el Comité de Salvación Pública, en los tiempos de Robespierre.
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