26 de Abril de 2024
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La noche de terror en Madame
> Crónica de una tragedia anunciada > Testigos señalan que hubo varias alertas sobre situaciones anormales en el centro nocturno
Agencias
2016-05-25 - 11:37
Todos se tumbaron al suelo, se escucharon gritos, las voces de los primeros que pidieron auxilio estaban en el fondo, no se escuchó la música, pero sí los disparos. El terror se desató un domingo de madrugada y él sólo podía preguntarse si acaso el ataque fue planeado.
Ataviado en color blanco, "Ángel" llegó a las 11:30 de la noche al antro Madame; era sábado y se propuso bailar hasta las cinco de la mañana del día siguiente, para ello convenció a uno de sus amigos.
Primera alerta. Cada ocho días desde hace varios meses, acudía religiosamente a este antro, pero ese día –como nunca antes– no observó largas filas de gente en espera de entrar; el refugio de muchos que disfrutan de la música y la compañía, estaba semivacío.
Segunda alerta. En la taquilla no lo esperaba una mujer a quien le entregaba 150 pesos por "la barra libre" (tipo de servicio prohibido por el ayuntamiento de Xalapa), esta vez fue un hombre que nunca había visto el que cobró.
Atravesó las puertas grises del antro, la única entrada y salida del recinto, pues no cuenta con salidas de emergencia. Los dos jóvenes se sentaron en la mesa de siempre, a mitad del lugar y de frente al escenario.
Apenas lo hicieron, el mesero habitual les ofreció la primera "cuba" de la noche, que “Ángel” se bebió como agua. Las luces aún no se habían apagado y apenas pudo observar un puñado de gente en el lugar, no más de 100, según sus cálculos.
Entre los asistentes se encontraba un grupo de al menos nueve personas que celebraba un cumpleaños; todavía la música se escuchaba ligera, la charla amena resultaría en terror y las risas se convertirían en llanto.
"Quienes buscaban diversión, encontraron la muerte", lamenta el joven ejecutivo de ventas a quien esa noche le robaron la paz.
Tercera alerta. Rondaba la segunda "cuba" y cerca de las 12:10 horas el lugar seguía casi vacío; la mesa ruidosa del cumpleañero resonaba por el lugar que, a diferencia de otras noches, no contaba con la diversidad usual. No estaban presentes las "vestidas", como las llama “Ángel” y el bar parecía más un antro “buga”.
Diez minutos después “Ángel” escuchó tres golpes secos: ¡pum, pum, pum! El ruido sorprendió a la mayoría, pero relata que nadie reparó en lo que sucedía y siguieron en lo suyo.
La pista continuaba vacía, las voces en el aire y la música sonando. Pasaron 30 segundos más y luego vino el tronido de un "petardo", el cual mostró a todos una realidad que parecía sacada de una novela de gánsters.
“Ángel” escuchó más detonaciones. El terror se apoderó del lugar. Todos se tumbaron al suelo y desde ahí se podían escuchar gritos, las voces de los primeros que pidieron auxilio estaban en el fondo, no se escuchaba la música; se oyeron más disparos. Ráfagas. Pasó un minuto, la eterna espera. Un minuto y medio transcurrió y el temor y la psicosis inundaron a los presentes. Dos minutos de larga espera y otra vez el silencio.
Pasados casi tres minutos la desesperación llevó a algunos a correr hacia su única salida. Debido a la ubicación de su mesa “Ángel” y su amigo aventajaron su huida, ambos lograron ponerse en pie y avanzar rápidamente, mientras observaban a las decenas de personas que se les venían encima.
Quienes llegaron más rápido al umbral del antro Madame se detuvieron en seco. Con cautela se asomaron hacia afuera para asegurarse que el horror había pasado, que sus agresores por fin se habían ido, pero volvieron a escucharse dos disparos. Otra vez se tiraron al suelo resbaladizo, esta vez “Ángel” logró ver sangre en la entrada.
"Tuvimos que pasar encima de ellos para poder salir", dice. “Tuvimos que pasar encima de ellos", repite mientras la conmoción lo invade y llora.
En la entrada yacían los cuerpos de dos hombres, uno delgado de camisa negra, característica de los guardias de seguridad, y otro más vestido de blanco, corpulento, que bloqueaban la salida de la estampida humana que se atropellaba en su intento por salir.
No había escapatoria, no había salidas de emergencia, ni otro lugar por dónde salir. Por donde los agresores entraron y salieron, por ahí debían pasar todos.
Afuera, ni una sola alma, no hubo patrullas ni taxis. A pesar de que generalmente resguardaban el lugar al menos seis guardias (tres de ellos mujeres), esta vez no se supo nada de ellos.
En el estacionamiento estaba el "acomodador" de autos, concentrado en sacar los vehículos de algunos de los asistentes; “él debió verlo todo”, piensa “Ángel”, “él debió pedir ayuda”.
Pasaron casi cinco minutos desde el cruento ataque y ningún cuerpo de auxilio había llegado a la escena.
“Ángel” temía que regresaran los agresores y aunque escuchó los gritos de auxilio que emanaban desde el interior del antro, no volvió, sino que corrió hacia la Araucaria, no sin antes haber sacado del letargo a su amigo.
Minutos después, por fin un taxi se detuvo, “Ángel” y su amigo avanzaron hacia el centro comercial Plaza Crystal y al pasar sobre el puente vehicular se toparon con una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública, por lo que le gritó al conductor que había ocurrido una "balacera" en el centro nocturno Madame, antes Sodoma.

CONTRADICCIÓN DE LA FISCALÍA

Distinto a lo que señaló este lunes el fiscal general del estado, Luis Ángel Bravo Contreras, “Ángel” aseguró que no hubo disparos a objetivos específicos, sino que las ráfagas de los "cuernos de chivo" no mostraron piedad.
Afirmó que las detonaciones se dirigían en todas las direcciones, pero no desde la entrada, sino desde el fondo, en la zona de los baños, ahí donde encontraron dos de los cuerpos sin vida.
Desde su mesa, ubicada de frente a la entrada, no observó la llegada de gente encapuchada, como afirmó el fiscal y, por el contrario, la refriega no comenzó cerca de la barra, la pista o la entrada, que fue –insistió– en el fondo.
Narró que esa noche tuvo muchas situaciones extrañas, pues no es común ver el lugar tan vacío a esa hora; resaltó que no había guardias, que tampoco estaba presente la gente que habitualmente acude a esa hora.
Ante la incertidumbre de lo que pasó esa madrugada, “Ángel” se pregunta si hubo alguna alerta de la cual no se enteró.
Nunca vio a la menor de edad de 14 años que presuntamente estuvo ahí; es más, aseguró que ese sábado, en particular, pedían a los clientes mostrar la credencial de elector y que no era común ver a gente tan joven en el inmueble.
A sus 30 años, “Ángel” considera que sin importar el móvil, esa noche le robaron la vida, los sueños y la paz, no sólo a quienes ahí estuvieron, sino a su familia y a la sociedad entera.

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