25 de Abril de 2024
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Las redes de la estupidez
Dedicado a Gonzalo Rivas, premio Belisario Domínguez 2016, asesinado por normalistas de Ayotzinapa en 2011
2016-11-26 - 15:29
Dice Dios en Génesis 8: 21: “… porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud…”
Ya que el hombre tiende al mal por naturaleza, no podemos esperar que las llamadas redes sociales y el internet en general, sin una prudente censura, sean utilizadas en forma benéfica para las sociedades.
Cuando empecé a publicar “Cotidianidades” había decidido por ningún motivo subir mis artículos a internet. A todos decía que no fueran codos e invirtieran la descomunal cifra de siete pesos y compraran el periódico impreso… Tuve que ceder por algunos familiares y amigos que viven fuera del estado de Veracruz y no lo pueden obtener, y porque descubrí que la situación de no lectura es peor de lo que las estadísticas indican. Éstas señalan que los mexicanos sólo leen dos libros al año en promedio, pero dudo de esa cifra, porque conozco a demasiados que no han leído, leen ni leerán un solo libro, pero no en un año, sino en toda su vida. Y lo mismo sucede con la lectura de periódicos.
Si alguien me dice que está escribiendo en tal diario tal día, aunque no sea familia o alguien cercano, no dudo en comprar el periódico, aunque no comparta sus opiniones, por lo menos por curiosidad “a ver qué escribió ese buey esta semana”. Y no es que me sienta porque familiares, amigos ni conocidos lean lo que escribo, sino que me sorprende sobremanera porque demuestra una terrible y execrable ignorancia y falta de interés en general. Y repito, no es que no me lean a mí, sino que no leen nada; no leen ni a los verdaderos periodistas y articulistas. Y las redes sociales y el internet en general sólo han venido a exacerbar la supina, voluntaria e intencional ignorancia de la mayoría.
Y me importa un comino si me paso a traer sin misericordia a familiares, conocidos, amigos, enemigos y agregados, pero en su inmensa mayoría sólo utilizan Facebook, Twitter, etcétera, para difundir puras estupideces, cuando no cosas abiertamente negativas.
Me comprometí a subir mi artículo semanal a Facebook, así que con incomodidad me tengo que conectar una vez a la semana (no tengo internet ni en mi casa ni en mi celular), pero me enteré por medio del canal de televisión cultural 22 que ya existe un grupo de intelectuales y ciudadanos en general que se comprometen a no usar las redes cibernéticas jamás. No voy a dudar en unirme a ellos. El internet – que por otro lado es un invento maravilloso si se usa correctamente – usarlo para verificar correo electrónico, obtener datos para mis escritos, alguna noticia importante que no aparezca en los demás medios, y ya.
Eso aparte evitará la náusea de ver cómo desfogan algunos sus traumas personales, su complejo de inferioridad, al subir fotos en pareja “¡miren qué felices somos!” cuando el matrimonio se está yendo al caño a punto de tronar; al mostrar fotos de sus escuincles que en vivo y en persona nadie los pela, arriesgándose de paso a ser objeto de algún asalto o secuestro al difundir sus imágenes y datos a todo el mundo; a calumniar incluso con fotomontajes.
Y como la pandemia de imbecilidad ya se extendió a todo el universo conocido y por conocer, hay que agregar otro “producto” de las mentadas redes, y es que innumerables peatonas chocan con uno por ir verificando su celular a ver si alguien subió algo nuevo a Facebook o para leer o responder mensajes. Aunque físicamente me he abstenido de ello con gran esfuerzo, en mi mente le he dado un santo codazo en las costillas a más de una que se ha estampado contra mí por ir concentradas en su condenado aparato. Y sí, escribí “peatonas”, “concentradas” y “más de una”, pues al encontrarme el otro día con una entrañable amiga y colega que es feminista, me “confesó” con cierta pena que tenía que reconocer que la mayoría de quienes incurren en estos accidentes provocados por la idiotez, son mujeres. Lo aclaro porque si uno como hombre dice esto, aunque sea una verdad más que evidente, lo acusan a uno de misógino, discriminador y algunas otras linduras.
En serio que me dan ganas de que los enfermos mentales apocalípticos tuvieran razón, y se aproximase una hecatombe mundial que entre otras cosas provocara que se derriben todos los malditos satélites que le dan vida al internet. No me desagradaría para nada volver (de hecho no lo he dejado) a la libreta, la pluma, la máquina de escribir mecánica y a mandar cartas románticamente en papel, sobre, estampilla e introducirlo por la ranura del buzón de la oficina de correos con la emocionante expectativa de recibir una respuesta semanas o meses después.
Están los hechos palmariamente negativos y hasta delictivos como la difusión de pornografía infantil y adulta; el reclutamiento de sicarios y terroristas; la propagación de información falsa que causa zozobra y hasta pánico en la población. Pero lo peor es esa caterva de imbéciles que, con tal de que no haya censura, prefieren que se permitan las lacras anteriores.
Está la adolescente desquiciada que sube una foto de sí misma desnuda o hasta teniendo sexo, y luego se queja y llora porque alguien hackeó su cuenta y difundió las fotos a todo el planeta y hasta a los astros más cercanos del sistema solar. Y una vez más, peores son los idiotas que hacen pasar como “víctima” a la muchachita que tiene un tornillo suelto en el cerebro. Que – según – violan sus “derechos humanos” al hackear y propagar lo que la “inocente” subió por propia voluntad a las redes cibernéticas mundiales.
Y ni insistir en lo que sería una solución parcial, porque los padres, en actitud asnal, se niegan a hacer caso y controlar el acceso a internet de sus hijos menores de edad. De hecho, los mismos padres necesitarían que alguien los supervise para que usen el ciberespacio de manera correcta. En fin.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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