19 de Abril de 2024
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De la guerra y de los guerreros
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2015-11-28 - 09:09
Cada vez que los medios de comunicación hacen énfasis en acciones bélicas, sean terrorismo, conflicto entre dos o más naciones, guerras civiles, se escuchan voces lamentándose: ¿Qué el hombre nunca va a aprender?”, “¿Siempre vamos a seguir matándonos unos a otros?” y algunos otros angustiosos y sinceros lamentos que las mayorías lanzan al viento cuando contemplan la posibilidad de que alguna de esas guerras los pudiesen afectar directamente.
A mi parecer el problema psicológico radica en quienes todavía, a estas alturas, creen en la hipótesis de la evolución de las especies. Creen que, de alguna manera, el hombre va cambiando, perfeccionándose, evolucionando mentalmente, y que va a llegar un día en que ya no vayan a matarse unos a otros, un día en que las conflagraciones bélicas sean erradicadas en definitivo. Lamentablemente (o tal vez no tan lamentablemente) no va a ser así. El hombre ha sido de la misma manera desde que fue creado, es así, y siempre va a ser de la misma manera.
“Debéis amar la paz como un medio de nuevas guerras, y la paz corta mejor que la larga.”
Friedrich Nietzsche
En el universo material es necesario el conflicto perpetuo. El ser humano fue creado para nadar contra corriente como el salmón. Ante la adversidad, los hombres (y mujeres, para que no se me sientan) de valía se fortalecen física, mental y espiritualmente y se despiertan en él actitudes de verdadero heroísmo. Como un ejemplo, me viene a la mente aquella explosión e incendio del hospital de maternidad de Cuajimalpa, en que varias enfermeras y un humilde camillero, habiendo salido del edificio siniestrado sanos y salvos, pudiéndose haber ido tranquilamente a sus casas, por voluntad propia, se regresaron a internarse en ese infierno de llamas, humo, fierros retorcidos y rocas de cemento cayendo, para rescatar a bebés atrapados entre las ruinas de dicho nosocomio. Y en las guerras se dan por miles las oportunidades para que se despierte el héroe que se halla oculto en todos nosotros.
Como escribí en mi entrega anterior, en este mundo material guerras las ha habido, las hay y siempre las va a haber “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18: 36). Y lamentarse por el número de muertos que se da en las contiendas bélicas no es muy apropiado trascendentalmente hablando porque, después de todo, la muerte es el fin último y obligado de todos, de absolutamente todos. Como puede ocurrir en guerras, puede ocurrir en un accidente de tránsito, por enfermedad progresiva o fulminante, por sobredosis de alcohol o de otra droga; y ni el “ideal” de la muerte, es decir, un anciano que pase de los 90 años de edad y agonice “tranquilamente” en su cama, garantiza que no vaya a haber angustia, dolor y hasta terror a la hora de abandonar este mundo. Vendrá la asfixia, vendrá la desesperación e incertidumbre y el dolor en mayor o menor grado, dependiendo la afección que precipite el fallecimiento. Y estas muertes pueden resultar más terribles que morir en una explosión o de un balazo producto de una guerra. Situaciones que, dicho sea de paso, sólo pueden ser mitigadas de manera considerable por la fe en Dios y la esperanza de un más allá, de vida consciente después de la muerte.
“Yo no aconsejo el trabajo, sino la lucha. Yo no aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Que sea vuestro trabajo una lucha, que vuestra paz sea una victoria!”
Friedrich Nietzsche
Con el abatimiento de un avión ruso por Turquía, país miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se vuelve a escuchar el redoblar de los tambores de la tan pronosticada desde hace 70 años, tan chachareada y hasta tan deseada por algunos, tercera guerra mundial. Y sin pretender erigirme en nigromante, me parece que las diferencias irreconciliables entre Rusia, Estados Unidos y los países de Europa occidental, tarde o temprano, van a desembocar en una conflagración entre potencias; sí, entre potencias, porque las acciones bélicas que hemos presenciado en años recientes, en realidad no han sido guerras, sino masacres, de potencias (Estados Unidos y algunos países europeos) contra paupérrimos países árabes. Pero por muy cruel que se pudiese escuchar, aún dándose esa guerra global entre verdaderas potencias y que se llegase a utilizar una atómica por aquí y otra por allá, serían sólo gajes del oficio de la humanidad. Aún ante esa posibilidad, ganara quien ganara, muera quien muera, como sucedió en las dos primeras, las aguas volverán a calmarse y la vida del mundo en general va a seguir como hasta ahora. Es absurdo angustiarse o lamentarse por la muerte que lo mismo puede llegar en la esquina de la calle más próxima a nuestra casa, o hasta en nuestra misma habitación en in infarto fulminante, y en cualquier momento. Mientras, habremos de seguir, inexorablemente, con nuestras guerras personales, nuestras luchas, nuestras batallas cotidianas.
“¿Decís que la buena causa justifica hasta la guerra? Pues yo os digo: la buena guerra es la que justifica todas las causas” (Ibidem).
El cristianismo permite la utilización de la violencia únicamente en legítima defensa. El sexto mandamiento, cuya traducción correcta es “No asesinarás”, se refiere al asesinato premeditado por motivos personales. No se aplica a la guerra. El soldado o el policía, como ejemplo, no cometen ningún pecado cuando se ven en la necesidad de matar para cumplir con su deber. Tanto la iglesia católica romana (Catecismo Mayor del Papa San Pío X.- Núm. 415) como el cristianismo evangélico (Catecismo Mayor de Westminster [Juan Calvino] P. 136) han aprobado siempre la guerra justa (en legítima defensa) y la pena de muerte (legítima defensa de la sociedad).
Los grandes avances tecnológicos que hoy utilizamos y disfrutamos, computadoras, celulares, minicomponentes, internet, se los debemos principalmente a las guerras.
Por la destrucción material que causan, lo conflictos bélicos deben tratar de evitarse hasta donde sea posible. Sin embargo se van a seguir dando de vez en vez y habremos de arrostrarlos con entereza y con fe.
“Han hecho más cosas grandes la guerra y el valor que el amor al prójimo. Fue vuestra bravura la que salvó hasta el presente a los náufragos, no vuestra piedad” (Ibidem).
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.
raulgm42@hotmail.com

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