19 de Abril de 2024
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UN AÑO ACIAGO
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2015-09-22 - 11:09
Creo lo dije al terminar el sepelio, “este 2015, es un año aciago”, que le ha costado dos vidas a la familia. Año de dolor, de luto, de tristeza. Pero donde, cuando o como empieza y termina una vida. Con su nacimiento y su recorrido por el camino de los altibajos. Cuando miras hacia dentro, y ves la historia familiar de los hijos numerosos, y a la madre como el único sostén. Buscas un responso, y encuentras que la iglesia judío-cristiana sostiene que la vida verdadera se inicia con la muerte física, para vivir eternamente, con “dios, en el cielo”. Esto para ella es una verdad absoluta, que esta mas allá de cualquier discusión mundana del aquí y el ahora. Para mi solo es un periodo de existencia que termina. Es el fin de las actividades terrenales del individuo, en un espacio de tiempo. Somos un turno en la fila en la que estamos formados. Según la demografía, una persona vive, o sobrevive un promedio de vida de setenta a ochenta años (de acuerdo a la región y país donde viva).
Estas y otras cavilaciones me invadieron después de la llamada de Toto, el cuatro de septiembre para avisarme del fallecimiento de Abundio, pero también la medianoche del veintiséis de enero que el yerno de Mateo me anunciaba su repentino deceso. Mi sentimiento desde dentro fue pensar como reconstruir algunos pasajes de vida, finitos al individuo, que comparados con lo infinito del tiempo, de la historia de la humanidad, apenas somos un granito de arena. Que resaltar y que rescatar de sus vivencias. Que de ello tiene esencia para sobrevivir y ser replicado. Entendiendo por esencia, su trabajo, su libertad, su conciencia, sus dones. Creo que deben ser las manifestaciones de su goce, y la parte afectiva, que deben sobrevivir en nuestra memoria. Aquello (la parte productiva), que le da significado a la invencibilidad de la sustancia humana.
Que detalle u obra magnificar, pensando que el individuo es siempre y al mismo tiempo un ser particular, un ser especifico, que da lugar al YO que tiene sed, que siente dolor. Del YO que nacen los afectos y pasiones. De ese YO único, el de la particularidad humana; el individuo que forma su conciencia del nosotros.
Las llamadas no auguraban nada bueno. Una, cuando supe el diagnostico médico de Abundio, “infarto cerebral”, y la otra, inesperada, increíble su muerte, que sostengo fue por un descuido imperdonable, en el manejo de su enfermedad, muy controlable. De las cuatro horas que duraría el viaje, la única certeza que tenía en mente, era escribir algo durante el trayecto, pero las visiones se agolpaban en la memoria sin lograr fijar una. Cual parte, cual broma, cual acción solidaria, cual anécdota, o la acumulación de veteranía, con su personal identidad. Otra certeza con Abundio, ya quería irse. Después de años y años de su discapacidad (que la sobrellevo de manera diga, con entereza, con el insustituible apoyo de su mujer), fue solo la partida de su confidente, de Mateo (apenas siete meses antes), que acudía cada tarde a reconfortarlo, le quitaron las ganas de vivir. Me doy cuenta que lo único irreversible de la vida, es su acaecer.
Al repasar su inventario me encuentro que en casa tengo un sombrero y una playera del Cruz Azul, que me regalaron cada uno, hace por lo menos diez años. El sombrero de vaquero, caballerango o algo así, de mediana calidad (pero su valor es otro), me detengo a observarlo, lo desempolvo y me lo pongo, y me veo, como si estuviera frente a un espejo, caminando hacia mi mismo, en el borde de la superficie de mi YO. Y la pregunta a quemarropa es porque permanezco en la superficie de mi mismo, cuando en el fondo se vive un duelo. Porqué en la profundidad de este trance, mis emociones de abatimiento son apenas externadas. Sera que mi existencia está confinada a ese espacio en el que no puedo mostrar mi YO, que solo el INCONCIENTE guarda celosamente, y que en pocas ocasiones, o casi nunca soy capaz de mirar. Cuando la puerta está abierta es demasiado fácil huir, y evitar confrontaciones con uno mismo, o con los demás, y la amenaza a tu blindaje te invitan a fugarte.
Pero me doy cuenta que mi capacidad de evasión es limitada. Que vivo en un mundo de sentimientos y emociones, donde el escudo de la zona de “confort”, es imaginario. Que mi circunstancia es de dolencia, y en este impase no existe mi OTRO YO. Sus partidas son absurdas, lo siento de verdad, porque además, había una real complicidad de partes. Sus ausencias son irreemplazables. Descansen en paz, que yo también lo hago. Escribir esto no fue fácil, justo cuando mi madre se fue un 19 se septiembre, cinco años después del irrecordable sismo en el Distrito Federal, que enluto a la Patria. Ese día Chavelita nos abandonó, “esta con dios”, que camina siempre junto a las personas en sus penurias e incertidumbre. Que acompaña a la gente en su vida azarosa, golpeada por una realidad violenta y fragmentada. Ese dios que no está en un templo, sino en cada uno de nosotros, como espero que este con mis hermanos. El del evangelio de Jesús, que no tuvo recinto, sino el amplio horizonte de la espiritualidad, que está más allá de cualquier religión.
Los contenidos, estructura y redacción de las columnas se publican tal cual no las hacen llegar sus autores.

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