27 de Abril de 2024
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EL ASESINATO, CONSECUENCIA DE LA FALTA DE JUSTICIA EN MÉXICO
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2014-12-05 - 09:48
Esta historia puede ser verídica o no, pero refleja perfectamente lo que el mexicano tiene que hacer para lograr lo que considera justicia.
Un par de amigos o conocidos hacen un negocio, y de repente uno de los dos trata de obtener alguna ventaja adicional respecto del trato original. Quizá el primero comienza a robar en la sociedad que ambos crearon, y mientras el otro no se da cuenta, todo va tranquilo. Quizá uno le impide el paso al otro en un camino que acordaron sería servidumbre de paso. Quizá simplemente uno le prestó dinero al otro, y este último decide no pagarle.
El caso es que la víctima no tiene a quién acudir. Sabe que si presenta una denuncia ante el Ministerio Público, tendrá que gastar dinero en mordidas y en abogados, y que a fin de cuentas resulta muy incierto el resultado. En el mejor de los casos, llegar a tribunales implica también el riesgo de que el juez sea comprado por la otra parte, con el fin de obtener un laudo a su favor, a pesar de que el abuso, la tranza y el robo, estén legítimamente comprobados. ¿Qué opciones le quedan a la víctima?
Aquí hago un paréntesis y recuerdo que hace poco escribí al respecto que la Procuraduría de Justicia de Veracruz (y la de cualquier estado del país) es uno de los mayores estímulos para delinquir, gracias a su absoluta incompetencia e inoperancia. Esto aplica también para los tribunales, pues salvo raras y honrosas excepciones, cuando se trata de pleitos entre particulares, casi siempre la justicia, el laudo del juez, está en venta, o tarda tanto tiempo en llegar, que cuando llega ya no resulta útil en la búsqueda de justicia. Así, el estímulo para delinquir es mucho, pues incluso en delitos de fuero común y de fuero federal, los criminales rara vez son detenidos, y cuando lo son, saben que tienen muchas posibilidades de salir libres.
Volviendo a la historia original. La víctima, el mexicano promedio, ese personaje decente que intenta caminar por la vida sin dañar a nadie, pero que también espera no ser víctima de nadie, ese bonachón, cumplido ciudadano, se enfrenta a una serie de alternativas, todas las cuales no resultan razonables ni lógicas, y sólo el nivel de su desesperación o de búsqueda de justicia (que alguien definió como la venganza de la sociedad ante actos que contra ella atenten), es lo que determinará el camino a seguir.
La primera opción que tiene la víctima es quedarse callada y sufrir el abuso en silencio, ante su conocimiento de que en México no hay ni ha habido desde el triunfo de la Revolución, ni procuración ni impartición de justicia, salvo para una elite que la puede pagar, y a la que protege. Esta opción genera una enorme frustración y resentimiento no sólo contra el victimario, sino también contra un gobierno que no cumple su parte del contrato social, y de allí, ese resentimiento queda a flor de piel, dispuesto a explotar contra quien sea –incluso contra otras víctimas–, a la primera oportunidad o pretexto.
La segunda opción que tiene la víctima de cualquier delito, es la de presentar su denuncia, tener la satisfacción –y catarsis– de haber denunciado ante la autoridad a su victimario, y la posterior frustración a largo plazo, ante el hecho de que no obtiene lo que busca. Ni citas, ni careos, ni investigación, y mucho menos un juicio justo. Todo lo anterior incrementa su resentimiento, en particular en contra del gobierno y del sistema, pero al final se refleja en su comportamiento como ente social, lo cual hace que la víctima corra el riesgo de convertirse en un individuo con conductas antisociales de cualquier índole.
La tercera opción que tiene el buen ciudadano común y corriente, conocedor del sistema, es obtener la justicia por su propia mano. Ya sea en buena lid, incluso provocando o invitando a un duelo entre las partes, en el cual una de las dos morirá, y la otra obtendrá lo que considera que es justo, o continuará la lucha con el resto de los familiares que sobrevivan al primer asesinado, generando una cadena de muertes entre familias, hasta que ambas prácticamente se extingan. Puede también golpear, amenazar o buscar cualquier solución extrajudicial violenta o de chantaje, con el fin de resolver el asunto. Pero sabe que no puede acudir a los órganos de gobierno, porque no sirven para nada.
De una manera simple y sencilla, intenté haber explicado la razón de tantos asesinatos en las noticias diarias de cualquier región del país. Claro que también hay asesinatos y muertes por otro tipo de rencillas, e incluso en nuestros tiempos, por la rivalidad entre bandas del crimen organizado. Pero buena parte de las muertes, lesiones, etcétera, que suceden en México, pueden ligarse directamente a las procuradurías y al Poder Judicial, que ante su inoperancia no le dejan al ciudadano otra opción para lograr la justicia más que aplicarla por su propia mano, sobre todo cuando el abuso se da del poderoso contra el débil, del rico contra el pobre, del abogado contra el ignorante de las leyes, etcétera, es decir, cuando hay un agravante de mayor poder o conocimiento entre el victimario y la víctima.
Lamentablemente, cuando el presidente Peña discursó su decálogo, sólo se orientó a los crímenes realizados por bandas y grupos, sin considerar que los mexicanos esperamos justicia en todos los ámbitos, y por ello debió enfocar la solución también hacia ese grupo de criminales incrustados en las procuradurías y en los poderes judiciales de los estados, que o son incompetentes e ineficientes, o están abrumados por tanto trabajo y tan escasos recursos materiales, humanos y tecnológicos de que disponen, o que realizan pingües negocios al poner en venta tanto la procuración como la impartición de justicia.
En esta columna seguiremos insistiendo que el combate a la impunidad, la cero tolerancia y hoy también la investigación por parte del Congreso, del asunto de la casa de Sierra Gorda, de la esposa del presidente, son asuntos prioritarios para iniciar un verdadero cambio en el país; ése es el primer paso para lograr un México más justo y digno de ser llamado país civilizado, en lugar del hazmerreír, remedo de república bananera en que lo han convertido los gobernantes, y lo hemos convertido los ciudadanos…
¿Por qué será tan difícil encontrar un poco de amor a la patria?

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