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“LA AVENTURA”, CON VASCONCELOS
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2014-11-27 - 10:20
Este trabajo es dedicado con respeto absoluto al maestro
y licenciado Guillermo Zúñiga Martínez, rector de la
Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV)

–Primera de dos partes–

Fue en 1929, después del porfiriato, el primer enfrentamiento del pueblo con el gobierno. “La aventura”, en el espléndido libro de don Salvador Azuela, la encabezó Vasconcelos. Calles, en su último informe de gobierno, anunció el tránsito de los caudillos a las instituciones; Portes Gil, desde el interinato, convocó a elecciones; el Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI, inició la alianza de gobierno y partido con su candidato, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, hombre gris y opaco, pero no mediocre, frente a él, Vasconcelos, maderista, secretario de Educación, filósofo, maestro, rector de la Universidad, genio de la cultura y de las letras, ostentaba orgulloso su alcurnia revolucionaria.
En la convención afirmó: “Cuando Calles regenteaba un expendio de bebidas en Arizona, y cuando Obregón era jefe político de la dictadura porfiriana, Vasconcelos fue secretario del club antirreeleccionista que organizó Madero en la ciudad de México en 1909”.
Los campos quedaron claramente deslindados; en un extremo el gobierno con su candidato, en el otro, una juventud romántica que en torno al maestro decidió la pelea deslumbrante para dar vigencia a la libertad política que establece la Constitución, que era letra todavía fresca y que consagraba en la definición de república democrática federal. De un lado, la insolencia del poder contra los sueños de un pueblo que pretendía rescatar, para la historia, para el destino, los ideales de la Revolución traicionada.
Hombres de carne y hueso, vida que era agonía y desafío, claroscuro de caída y de rescate, los vasconcelistas fueron actores de un drama, que es hoy, después de un siglo, lección y esperanza. Entre los mayores, y apenas cumplía 30 años, el licenciado Manuel Gómez Morín, quien “encima de los 6 mil pesos de la Convención, se quedó más tarde con la carga de conseguir el dinero para las boletas electorales, ya que ni esa suma pudo recaudar el famoso antirreeleccionista”. Fue Gómez Morín quien aconsejó: “Debe usted esperar, quedarse aquí a soportar el atropello y a mantener vivo al partido. Van a caer solos, de puro podridos; por eso debe organizar un partido que pueda hacerse cargo del porvenir, que tome el mando así que ellos caigan”.
Y fue Vasconcelos bronco, incendiario en la respuesta: “Ni la peor dictadura se cae sola, Manuel; es necesario darle el empujón, de otro modo se eterniza con la agravante de que cada vez la calidad de la dictadura baja. Los pueblos pagan muy caro el no saber darse a respetar. El proceso de la dictadura es siempre de mal en peor…”.
Diez años después, Gómez Morín fundó Acción Nacional. Y su obra sobrevive a veces gracias a sus discípulos, en ocasiones a pesar de ellos. Y el diálogo entre los dos mexicanos, Manuel y Vasconcelos, fue como entonces latigazo que acosa la conciencia frente a una dictadura “que va de mal en peor”, la tentación hipnótica de la violencia como respuesta a la inutilidad de la perseverancia generosa en la búsqueda de la alternativa inteligente y civilizada.
Entre caídos, voto de sangre, plebiscito de mártires, Germán del Campo, “el primero de los miembros del batallón juvenil”, en la palabra apasionada de Antonieta Rivas Mercado, “poca edad, cutis fresco y sonrosado como el de un niño, gesto habitual de confianza y de ardorosa fe, alma consumida por visiones nostálgicas y luminosas”… tres días antes, en la Alameda Central de la ciudad de México, dijo al pueblo la palabra de la paz: “a nuestro paso no han de quedar cadáveres. Que sean los otros quienes tiñan sus manos en nuestra sangre”, ya desde entonces, el presidente como Dios y como mito, santo en el altar, intocado e intocable: “mire jovencito”, advierte a Germán del Campo el diputado Riva Palacio, quien también era ministro de Gobernación y jefe del partido del gobierno, “ataque a todo mundo, pero a mi general Calles no lo toque, yo sé por qué se lo digo”. Tres días después “10 mil voces quebrándose en la pena cercaban a los que se habían ido con un cántico que despertaba eco sin fin en cada conciencia: el Himno Nacional. Con sus estrofas, se sellaba un pacto”. (Continuará).

rresumen@hotmail.com

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