23 de Abril de 2024
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La venganza de los que no perdonan
Paul Krugman
2014-10-18 - 13:35
Deténganme si ya antes habían oído esto: pareciera que la economía mundial se está trabando. Por algún tiempo, pareció que las cosas estaban mejorando, y se hablaba de verdes brotes de recuperación. Sin embargo, ahora el crecimiento se está deteniendo y se alza el espectro de la deflación.
Si suena conocida esta historia, es porque así debe ser; ha sucedido en repetidas ocasiones desde 2008. Como en incidentes previos, las peores noticias provienen de Europa, pero esta vez también es claro que se han lentificado los mercados emergentes, e, incluso, hay signos de advertencia en Estados Unidos, a pesar del trabajo, bastante bueno, que hay en este momento.
¿Por qué sigue pasando esto? Después de todo, los acontecimientos de la Gran Recesión -la quiebra inmobiliaria, la crisis bancaria- ocurrieron hace mucho tiempo. ¿Por qué no podemos escapar de su legado?
La respuesta próxima está en una serie de errores políticos: la austeridad cuando las economías necesitaban estímulo; la paranoia por la inflación cuando el riesgo real es la deflación, y así sucesivamente. ¿Pero, por qué los gobiernos siguen cometiendo estos errores? ¿En particular, por qué siguen cometiendo los mismos errores año tras año? La respuesta, yo indicaría, es un exceso de virtud. La rectitud está acabando con la economía mundial.
¿Cuál, después de todo, es nuestro problema económico fundamental? Una versión simplificada, pero correcta en líneas generales, de lo que salió mal dice así: en los años previos a la Gran Recesión, tuvimos una explosión del crédito (principalmente, para el sector privado). Se hicieron a un lado las viejas nociones de prudencia, tanto para los prestamistas como para los prestatarios; los niveles de la deuda que alguna vez se habrían considerado profundamente endebles, se convirtieron en norma.
Luego, paró la música, el dinero dejó de fluir y todos empezaron a tratar de “desapalancarse”, de reducir el nivel de la deuda. Fue algo prudente para cada persona. Sin embargo, mi gasto es tu ingreso y tu gasto es mi ingreso, así es que cuando todos tratan de pagar deudas al mismo tiempo, se tiene una economía deprimida.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Históricamente, la solución a los altos niveles de deuda ha implicado, a menudo, dar por perdido y condonar gran parte de esa deuda. A veces, esto sucede explícitamente: en los 30’s, Franklin Delano Roosevelt ayudó a los prestatarios a refinanciar con hipotecas mucho más baratas, mientras que en esta crisis, Islandia está cancelando totalmente una parte significativa de la deuda que las familias contrajeron en los años de la burbuja. Es más frecuente que, implícitamente, suceda la condonación de la deuda, mediante la “represión financiera”: se mantienen bajas las tasas de interés con políticas gubernamentales, mientras que la inflación erosiona el valor real de la deuda.
Lo que sorprende de los últimos años, no obstante, es cuan poca ha sido la condonación de la deuda. Sí, está Islandia -pero es muy pequeño-. Sí, a los acreedores de Grecia les hicieron un “corte de cabello” significativo; pero, Grecia sigue siendo un actor pequeño (y sigue endeudado sin remedio). En las grandes economías, han sido muy pocos los acreedores los que han recibido una rebaja. Y lejos de que se reduzca la deuda a causa de la inflación, se ha agravado la carga debido a la poca inflación, la cual está muy por debajo del objetivo en Estados Unidos y es de cerca de cero en Europa.
¿Por qué los deudores reciben tan pocas condonaciones? Como dije, se trata de la rectitud; el sentido de que cualquier tipo de perdón de la deuda implicaría recompensar un mal comportamiento. En Estados Unidos, la famosa diatriba de Rick Santelli que dio origen al Tea Party no se trataba de los impuestos ni del gasto, fue una furiosa denuncia de las propuestas para ayudar a los propietarios en problemas. En Europa, a las políticas de austeridad las han motivado menos el análisis económico que la indignación moral de Alemania ante la noción de que prestatarios irresponsables pudieran no enfrentar las consecuencias totales de sus acciones.
Así es que la respuesta política a una crisis de deuda excesiva ha sido, en efecto, una exigencia de que los deudores liquiden las suyas. ¿Qué dice la historia sobre esa estrategia? Fácil: no funciona. Cualquier avance que hayan hecho los deudores a base de sufrimiento y ahorros está más que compensado con la depresión y la deflación. Es decir, por ejemplo, lo que le pasó a Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, cuando trató de saldar su deuda con grandes excedentes presupuestarios, mientras retornaba al patrón oro: a pesar de años de sacrificio, casi no avanzó nada en reducir la proporción de la deuda respecto del PIB.
Y eso es lo que está pasando ahora. Un informe completo reciente sobre la deuda se titula “¿Desapalancamiento? ¿Cuál desapalancamiento?”; a pesar de los recortes privados y la austeridad pública, los niveles de la deuda aumentan gracias al pobre desempeño económico. Y se podría decir que no estamos más cerca de escapar de nuestra trampa de la deuda de lo que estábamos hace cinco años.
Sin embargo, ha sido muy difícil lograr que tanto la élite política como la población comprendan que, en ocasiones, la condonación de la deuda les conviene a todos. En cambio, la respuesta al pobre desempeño económico ha sido, en esencia, que continuarán las golpizas hasta que mejore la moral.
Quizá, sólo quizá, las malas noticias -por decir, una recesión en Alemania- provoquen que se le ponga un fin a este destructivo reinado de la virtud. Sin embargo, no hay que contar con ello.

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