Adán Cabral Sanguino

__________________________

Más allá de las discusiones académicas respecto a la veracidad de la aparición de la Virgen de Guadalupe, lo cierto es que México no se podría explicar sin su presencia en nuestra cultura, por lo que grandes pensadores como José Vasconcelos, Alfonso Reyes y Gabriel Zaid se han interesado en ella. Y como la literatura forma parte de las producciones culturales, en esta ocasión, haré un breve repaso de las principales obras que la han abordado.

Empecemos por el Nican mopohua, texto escrito en náhuatl en el siglo XVI, considerado por algunos como una obra significativa de la literatura mexicana. Está incluida en un libro más amplio: el Huei tlamahuiçoltica o El Gran Suceso, editado por Luis Lasso de la Vega, un sacerdote criollo, en 1649. Existe cierta polémica sobre el autor, pero Edmundo O Gorman y Miguel León Portilla creen que fue escrito por Antonio Valeriano, probablemente en 1556. Al parecer, Valeriano era un informante de Fray Bernardino de Sahagún; fue educado en el Colegio Imperial de Tlatelolco y, después, desarrollaría una carrera política en la Nueva España (Luis Alberto Hara, 2021).

El tema del Nican mopohua es la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego, canonizado en 2002, en un lugar en el que se veneraba a la diosa Tonantzin y una serie de milagros, incluyendo la impresión de su imagen en su tilma. Miguel León-Portilla, tradujo también este texto en su libro Tonantzin Guadalupe (2000).

Posteriormente, la lírica novohispana retomó este suceso en la obra de Carlos de Sigüenza y Góngora, quien reiteró su devoción en versos; Sor Juana Inés de la Cruz dedicó casi todo el libro Ejercicios de la Encarnación a la Virgen de la Inmaculada, cuya iconografía, según la investigadora Patricia Saldarriaga, se parece mucho a la de Guadalupe. Otras expresiones de este género se pueden encontrar en las antologías Flor y canto de poesía guadalupana. Siglos XVII y XVIII de Joaquín Antonio Peñalosa (1987) y El arca de Guadalupe de Adolfo Castañón (2007). Asimismo, de acuerdo con la crítica literaria, la guadalupana está implícita en el poema “La Suave Patria” de Ramón López Velarde, tributo a la grandeza de nuestra patria.

La dramaturgia nacional también ha tenido interesantes expresiones que pueden revisarse, por ejemplo, en Historia del teatro guadalupano a través de sus textos de Cristina Fiallega (2012). En este género, destaca Corona de luz (1965) de Rodolfo Usigli, quien aborda la relación entre la imagen de la Virgen de Guadalupe y el imaginario colectivo mexicano.

En cuanto a relatos que retoman explícita o tangencialmente a la guadalupana, podemos mencionar la narrativa de Ignacio Manuel Altamirano, Carlos Fuentes, Juan Villoro, Vicente Leñero, Mónica Lavín, Santiago Mata, entre otros.

Con un enfoque crítico, inherente al ensayo, Elena Poniatowska hace un excepcional análisis de la popularidad de la guadalupana en el artículo “Arte popular en las rejas de Chapultepec” (2003); Carlos Monsiváis aborda la mexicanización de la fe gracias al guadalupanismo en Los rituales del caos (2013), y Carlos Fuentes examinó, en El espejo enterrado (1992), el culto a la Virgen de Guadalupe como un nexo importante de la nación que favorece la mexicanidad. En tanto, la reflexión más profunda sobre las diversas significaciones de la morenita del Tepeyac, desde mi punto de vista, la efectuó Octavio Paz en El laberinto de la soledad, y su manifestación literaria en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe.

En otro orden de ideas, la Virgen de Guadalupe también es un símbolo de resistencia política y cultural, particularmente, en la literatura chicana, por lo que autores como Tomás Rivera, Gloria Anzaldúa, Sandra Cisneros, Cherríe Moraga, Guillermo Gómez-Peña y Alejandro Morales, recopilados en La diosa de las Américas. Escritos sobre la Virgen de Guadalupe de Ana Castillo (2000), exploran esa búsqueda de identidad en un contexto de desterritorialización que la vuelve una figura transnacional.

Paradójicamente, la religiosidad aparece incluso en la narcocultura como un fenómeno de violencia y devoción descrito por autores como Élmer Mendoza y Víctor Ronquillo, el cual resignifica la trascendencia de la guadalupana, incluso, en el mundo criminal. Si bien, en México, la narconarrativa tuvo un auge editorial apenas hace una década, paulatinamente fue desapareciendo, en la medida en que las narcoseries fueron tomando posesión del mercado. Se suman a esta temática los guiones cinematográficos Morenita, el escándalo (2009) escrito y producido por el tapatío Alan Jonsson Gavica, y El Infierno (2010) de Luis Estrada.

Sin duda, hay muchas otras obras que se quedaron en el tintero, pero con esta muestra podemos apreciar la relevancia de la guadalupana en la literatura nacional, quien, hasta donde tengo entendido, no ha sido parodiada por ningún escritor reconocido, más bien, se ha criticado los excesos de una religiosidad popular desbordada. Como señala Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe…”

Pero ese análisis lo dejo a los antropólogos y sociólogos. Lo cierto es que, por su profundo significado, la guadalupana es un ícono cultural y forma parte de la literatura mexicana de todos los tiempos. Por eso, Paz afirma también que “la devoción a la Virgen de Guadalupe se ha vuelto la espina dorsal de la religiosidad popular mexicana, estando presente en momentos muy importantes de la historia de México”. Y como en la intertextualidad convergen historia y literatura –deícticos de la cultura misma–, indiscutiblemente, la morenita del Tepeyac seguirá siendo un referente fundamental en las letras de nuestro país.