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CONTRA EL CIRCO
2014-03-18 - 14:44
Federico Fellini habría empapado ya tres pañuelos. Llorar de tristeza. “¿Cómo; en México quieren prohibir los circos?”. Sí, porque en lugar de erradicar delitos como el secuestro y la extorsión, sus diputados andan muy preocupados por el “maltrato animal” de las bestias exhibidas en las carpas ambulantes. Afirman que harán todo por terminar con esa “crueldad animal”, amén de fomentar que los bebés duerman boca arriba “para evitar la muerte de cuna”. ¡Ah!, nuestros honorables diputados de a 105 mil pesos mensuales (más los 200 mil de aguinaldo), tan preocupados porque a las cotorritas del circo Atayde les dieron alpiste de antier. Así es, ciudadano, y no lo olvides, “come frutas y verduras”.
Una suerte de puritanismo alrevesado se ha apoderado de los asambleístas metropolitanos. Han prohibido fumar, han prohibido el salero en la mesa, han castigado el consumo de los chocorroles… aunque eso sí, están por aprobar la legalización de la mariguana y quieren regular los usos de la prostitución. ¡Qué lindos, no! Y encima el asunto del circo, que lo quieren extinguir.
Todo se remite al Coliseo romano, en el año 80 de nuestra era, cuando ya todos los apóstoles habían muerto. La inauguración del foro fue de apoteosis. El emperador Tito hizo llevar cientos de fieras salvajes, para ser muertas ahí mismo por los “venatores”, que fingían una caza en el bosque… y cuando fallaban eran devorados ahí mismo por el tigre. Después, por la tarde, venía el espectáculo de los gladiadores, que es otro punto.
Los circos han sido un poco eso. Como en el Coliseo romano, se presentan para exhibir a las bestias más descomunales y extravagantes. Y el público de todos los tiempos, azorado ante la vista del cocodrilo o el rinoceronte, se extasiaba. El circo ofrece el mismo éxtasis, aunque edulcorado, para el niño que asiste por primera vez al graderío. Los caballos en formación de desfile, el oso que baila al ritmo de los tambores, el león que salta de podio en podio cumpliendo con las rutinas aprendidas del domador. Danzas, bailoteos, saltos, rugidos. Y claro, el chasquido del látigo, recordándonos a todos (animales y espectadores), que las bestias son eso: instinto puro, indómito, y nosotros seres “racionales” ávidos de morbosidad.
La crueldad está en la especie misma. ¿Cómo “legislar” en torno a ese uso que nos viene desde el Paleolítico? Somos omnívoros, comemos carne, necesitamos de las proteínas animales igual que los lobos y las panteras. La existencia de los que han optado por el vegetarianismo es la confirmación de la regla. Entonces, para hacernos de un trozo de carne, debemos matar. El matarife del rastro o el pescador de pargos con la punta de su anzuelo. De esa crueldad se habla poco, y no les refiero cómo se sacrifican los cerdos en las rancherías, a cuchillo, porque en ese momento abandonan esta lectura.
Así que nuestros diputados, siempre tan sensibles, están preocupados porque el elefante levanta un poquito de más la trompa esperando el aplauso del estimable. Sacarán a los animales del circo y los niños se tendrán que conformar con el malabarista, la mujer barbuda y los trapecistas; porque los payasos es otro cantar. Que lo digan, por favor: “Queremos que el espectáculo sea como el circo su Soleil, sin focas ni changos”.
Se acabarán los bestiarios, los domadores, los cazadores lampareando tejones. Ahora todo será delicadeza y estofado de soya con verduritas. Ya no habrá circo ni, obvia decirlo, corridas de toros (que es nuestro contacto directo con el Coliseo de Tito). La vida sin hormonas ni feromonas, sin adrenalina, con aceite omega tres y “alegrías” de amaranto… y los piquetes de autodefensa apoderados de todos los rincones del país, porque en la tribuna del legislativo, ya lo advertíamos, estarán como siempre nuestros coloridos representantes, Pirrín y Clavelito Alcanfor; a zapatazos y embetunados, como siempre.

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