19 de Abril de 2024
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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
¡GRRRRR!
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2018-02-13 - 02:30
Nada los contenta. Siempre están gruñendo. Son profesionales del pesimismo. Estamos mal, muy mal, esto es lo peor. ¡Grrrr!

¿En qué estriba la felicidad del hombre? Cada fin de año llegan las tarjetas de navidad deseándonos un feliz año lleno de prosperidad. Y aunque nadie pregunta qué clase de felicidad, o de prosperidad, damos por supuesto que es la que se refiere a las cosas materiales. Liquidar las deudas, adquirir un auto, una casa, un aparato de sonido; ser felices en términos familiares, amorosos, laborales. La constitución norteamericana advierte ese principio en su prefacio: “…que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”. Es decir, la felicidad no está ahí para tomarla como se toma un refresco, sino que hay que salir a buscarla, donde quiera que ésta se encuentre.

En días pasados Johan Norberg concedió una entrevista al diario El País, en la que se explaya sobre el concepto. Norberg, hay de apuntarlo, es un historiador sueco especializado en la filosofía del pensamiento. En 2001 publicó un libro exitoso: “En defensa del capitalismo global”, y ahora nos ofrece la segunda parte del volumen, “Progreso: diez razones para mirar al futuro con optimismo”. Sus palabras son apabullantes, “somos adictos a las malas noticias, y nunca nos habíamos ahogado tanto en ellas como ahora”.

El autor hace hincapié en otros aspectos de la sociedad contemporánea, por ejemplo, que el hombre vivió siempre un promedio de 30 años, y sólo es que ahora –desde el siglo XX– que hemos pasado a vivir 70 años en promedio gracias a los adelantos científicos y sanitarios. Además, como buen cosmopolita, advierte que la gran amenaza de la humanidad no es la desigualdad, “porque el problema no es la riqueza, sino la pobreza” en tiempos en los que el acceso al conocimiento y a la educación están mejor que nunca. Además que las nuevas tecnologías y la facilidad del transporte hacen que sea más sencillo hacer dinero. En suma, subraya, “vivimos la mejor época en la historia de la humanidad… no obstante que mucha gente no cree en mis datos y piensa que todo va a peor”.

Mi padre se cansaba de decirlo: “el dinero no es la felicidad; pero es lo que más se le parece”, de modo que eso de los billetes tiene algo que ver con la sonrisa, o no, del ciudadano medio. Norberg, por ello, exalta la importancia del progreso en todos sentidos como un medio indispensable para el optimismo generalizado, considerando que el concepto no es una abstracción, como aquella de nuestra infancia en que destacaban los horizontes de fábricas y máquinas enormes del tipo de Charles Chaplin en “Tiempos modernos”. No; el progreso que significa menor esfuerzo, aire acondicionado, acceso al conocimiento y la cultura, alimentación sana y no chatarra, trabajos satisfactorios, sitios y tiempo de reposo, acceso a buenos servicios de salud, tranquilidad comunitaria, solidaridad… todo eso que los precandidatos, a partir de ayer, no podrán perorar sino hasta que el INE declare el fin de la veda pre-electoral.

Pero volvamos a nuestro pesimismo de origen. ¿Somos de esa manera los mexicanos; gruñones, desconfiados, apáticos? Lo que nuestra Constitución establece en sus primeros párrafos es incuestionable… todo individuo gozará de las garantías que otorga la Carta Magna, está prohibida la esclavitud en la Nación Mexicana, que es única e indivisible, y tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. Además que todo individuo tiene derecho a recibir educación. Sí, sí, muy bien, pero ¿y de la vocación a la felicidad? Ni una línea.

Lo nuestro no es la felicidad sino la alegría, que no son lo mismo, aunque se parezcan. La felicidad es a largo plazo, cosa de los años y de rememorar los buenos momentos y los logros personales, familiares y comunitarios. La alegría mexicana está más emparentada con el tequilazo, los balazos al aire, la novia robada, la bravata de cantina, el lloriqueo a lo José Alfredo y la mentada de madre a todo aquel que se interponga en mi camino de tortura. Lo cual está muy bien, porque somos estridentes, y es lo que nos ha dado identidad durante siglos. Relean a Juan Rulfo, a José Revueltas, a Octavio Paz, José Gorostiza y José Emilio Pacheco.

Así que no nos hablen de felicidad, aquella del tipo de Palito Ortega cuando su balada de los años sesenta, “¡la felicidad, ja, ja, ja, ja; de sentir amor, jo, jo, jo, jo…!” Ya lo advierte don Johan: somos proclives a las malas noticias y, como ahora vivimos setenta años y no treinta como en los tiempos de Colón, tenemos tiempo de sobra para los resquemores, los achaques y las amarguras de mártir inmolado. ¡Grrrr! No es pesimismo, señor Norberg, son las ganas de abominar contra todo lo que se nos ponga enfrente porque, ay, qué envidia las de los niños correteando bajo el sol del parque. Con balón y sin balón, buscando la felicidad a como sea, aunque sea de orden anti-constitucional.



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